Se puede decir que la Enmienda Kigali también apela a este principio, ya que representa una especie de puente entre el problema del ozono y el fenómeno del calentamiento global, destacando así su interacción.
El examen cuidadoso de las diversas interconexiones de nuestras decisiones y de su repercusión implica numerosos niveles de complejidad. Vivimos en un momento histórico marcado por desafíos que son apremiantes pero estimulantes para la creación de una cultura efectivamente dirigida al bien común. Esto exige la adopción de un enfoque clarividente del modo de promover eficazmente el desarrollo integral de todos los miembros de la familia humana, tanto cercanos como lejanos, en el espacio o en el tiempo. Este enfoque debe concretarse en centros de educación y cultura donde se cree conciencia, donde se forme a las personas en la responsabilidad política, científica y económica y, más en general, donde se tomen decisiones responsables.
La continua aceleración de los cambios que afectan a la humanidad y a nuestro planeta, junto con un ritmo de vida y de trabajo más intensos, deberían impulsarnos a preguntarnos si los objetivos de este progreso están dirigidos realmente al bien común y a un desarrollo humano sostenible e integral, o si causan daño a nuestro mundo y a la calidad de vida de gran parte de la humanidad, ahora y en el futuro.
Una respuesta ponderada a esta cuestión puede darse solamente a la luz de una consideración de los tres puntos en los que me he centrado. En primer lugar, dar vida real al diálogo en nombre de la responsabilidad compartida en el cuidado de nuestra casa común, un diálogo en el que nadie "absolutice" su propio punto de vista. Luego, hacer que las soluciones tecnológicas formen parte de una visión más amplia que tenga en cuenta la variedad de relaciones existentes. Finalmente, estructurar nuestras decisiones sobre la base del concepto central de lo que podemos llamar "ecología integral", basada en la comprensión de que "todo está conectado".