En resumen, un diluvio de maldad y de muerte que brota del corazón del hombre, de la chispa maligna desencadenada por el mal que está agazapado a la puerta de su corazón (cf. Gn 4,7), para incendiar el jardín armónico del mundo. Pero este mal tiene su raíz en el rechazo a Dios y al hermano, en el perder de vista al Autor de la vida y en el no reconocernos ya como custodios de los hermanos. Por eso las dos preguntas que hemos escuchado siguen siendo siempre válidas y, más allá del credo que se profese, interpelan a cada vida y a cada época: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9), «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9).
Queridos amigos, hermanos en Abraham, creyentes en el único Dios, los males sociales e internacionales, los económicos y los personales, así como la dramática crisis ambiental que caracteriza los tiempos actuales y sobre la que hoy se ha reflexionado, provienen a fin de cuentas del alejamiento de Dios y del prójimo. Por lo tanto, nosotros tenemos una tarea única e imprescindible, la de ayudar a reencontrar estas fuentes de vida olvidadas, de volver a llevar a la humanidad a beber de esta sabiduría antigua, de volver a acercar a los fieles a la adoración del Dios del cielo y también acercarlos a los hombres, para quienes Él hizo la tierra.
¿De qué manera? Nuestros medios son básicamente dos: la oración y la fraternidad. Estas son nuestras armas, humildes y eficaces. No nos debemos dejar tentar por otros instrumentos, por atajos indignos del Altísimo, cuyo nombre de Paz es insultado por quienes creen en las razones de la fuerza y alimentan la violencia, la guerra y el mercado de armas, que son "el comercio de la muerte" que, con grandes sumas de dinero cada vez mayores, está transformando nuestra casa común en un gran arsenal. Cuántas tramas oscuras y cuántas dolorosas contradicciones hay detrás de todo esto.
Pensemos, por ejemplo, en cuántas personas se ven obligadas a migrar de su propia tierra a causa de los conflictos financiados por la compra de armamento anticuado a precios asequibles, para luego ser identificadas y rechazadas en otras fronteras por medio de equipamiento militar siempre más sofisticado. Y de esta manera la esperanza es asesinada doblemente. Pues bien, delante de estos escenarios trágicos, mientras el mundo sigue las quimeras de la fuerza, del poder y del dinero, nosotros estamos llamados a recordar, con la sabiduría de los ancianos y de los padres, que Dios y el prójimo son lo primero y más importante, que solo la trascendencia y la fraternidad nos salvan.