La Madre de la Misericordia, como toda buena madre, busca reunir a la familia y nos dice al oído: "Busca a tu hermano". Así nos abre la puerta a un nuevo amanecer, a una nueva aurora. Nos lleva hasta el umbral, como en la puerta del rico Epulón del Evangelio (cf. Lc 16,19-31). Hoy nos han esperado niños y familias con las llagas sangrando; no son las de Lázaro en la parábola, son las de Jesús; son reales, concretas y, desde su dolor y oscuridad, claman para que nosotros les acerquemos la sanadora luz de la caridad. Porque es la caridad la llave que nos abre la puerta del cielo.
Queridos hermanos: Que al cruzar este umbral experimentemos la fuerza que purifica nuestro modo de abordar a los demás, y la Madre nos permita mirar sus limitaciones y defectos con misericordia y humildad, sin creernos superiores a nadie (cf. Flp 2,3).
Que al contemplar los misterios del rosario le pidamos ser una comunidad que sabe anunciar a Cristo Jesús, nuestra esperanza, a fin de construir una patria que sabe acoger a todos, que recibe de la Virgen Madre los dones del diálogo y la paciencia, de la cercanía y la acogida que ama, perdona y no condena (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 165); una patria que elige construir puentes y no muros, que prefiere la misericordia y no el juicio. Que María sea siempre la Puerta de la Aurora para toda esta bendita tierra.
Dejándonos guiar por ella, recemos ahora una decena del Rosario, contemplando el tercer misterio gozoso.