Discurso del Papa Francisco en el encuentro con la comunidad católica en Bulgaria

Discurso del Papa Francisco en el encuentro con la comunidad católica en Bulgaria
El Papa Francisco ante la comunidad católica de Bulgaria. Foto: Captura YouTube

El Papa Francisco se reunió con miembros de la comunidad católica de Bulgaria en la Iglesia de San Miguel Arcángel de Rakovsky.

A su llegada, el Santo Padre fue recibido por dos niñas vestidos con trajes tradicionales que le regalaron un pan típico. Después, junto al párroco y al vice párroco, el Pontífice entró con ellos a la iglesia en donde estaban un cuadro y las reliquias de San Juan XXIII, delante a las cuales el Papa dejó un ramo de flores de color blanco y amarillo, besó el relicario y rezó en silencio.

En primer lugar, el Papa agradeció los testimonios de una religiosa, un sacerdote y una familia que dijo lo ayudaron "a comprender un poco más por qué esta tierra fue tan querida y significativa para Juan XXIII, donde el Señor iba preparando lo que sería un paso importante en nuestro caminar eclesial".

Durante su discurso, el Santo Padre recordó su visita al Centro de refugiados de Vrazhedebna y destacó que en este centro de Cáritas "son muchos los cristianos que aprendieron a ver con los mismos ojos del Señor, que no se detiene en adjetivos, sino que busca y espera a cada uno con ojos de Padre".

"Ver con los ojos de la fe es la invitación a no ir por la vida poniendo etiquetas, clasificando qué persona es digna o no de amor, sino tratar de crear las condiciones para que toda persona pueda sentirse amada, especialmente aquellas que se sienten olvidadas de Dios porque son olvidadas de sus hermanos", destacó el Papa.

A continuación, el texto completo del discurso del Santo Padre:

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Queridos hermanos y hermanas: Buenas tardes. Les agradezco su calurosa acogida, sus danzas y testimonios. Siempre es motivo de alegría poder encontrar al santo Pueblo de Dios con sus mil rostros y carismas.

Mons. Jovcev me ha pedido que les ayude a "ver con ojos de fe y de amor". Ante todo, quisiera agradecerles porque me han ayudado a ver mejor y a comprender un poco más por qué esta tierra fue tan querida y significativa para Juan XXIII, donde el Señor iba preparando lo que sería un paso importante en nuestro caminar eclesial. Entre ustedes surgió una fuerte amistad con los hermanos ortodoxos que lo impulsó por un camino capaz de generar la tan ansiada y frágil fraternidad entre las personas y las comunidades.

Ver con los ojos de la fe. Quiero recordar las palabras del "Papa bueno", que supo sintonizar su corazón con el del Señor de tal manera que decía que no estaba de acuerdo con aquellos que solo veían el mal a su alrededor y los llamó profetas de calamidades. Para él, había que confiar en la Providencia, que nos acompaña continuamente y, en medio de las adversidades, es capaz de darle cumplimiento a planes superiores e inesperados (cf. Discurso de apertura del Concilio Vaticano II, 11 octubre 1962).

Los hombres de Dios son quienes han aprendido a mirar, confiar, descubrir y dejarse guiar por la fuerza de la Resurrección. Reconocen, sí, que existen momentos o situaciones dolorosas y especialmente injustas, pero no se quedan de brazos cruzados, acobardados o, lo que sería peor, creando ambientes de incredulidad, malestar o desazón, ya que eso soolo termina por enfermar el alma, dañar la esperanza e impedir toda posible solución.

Los hombres y mujeres de Dios son los que se animan a dar el primer paso. Esto es importante, dar el primer paso. Y buscan creativamente ponerse en la primera línea, testimoniando que el Amor no está muerto, sino que ha vencido todos los obstáculos. Los hombres y mujeres de Dios se la juegan, porque aprenden que, en Jesús, Dios mismo se la jugó. Puso su carne en juego para que nadie pueda sentirse solo o abandonado.

Y esta es la belleza de nuestra fe. Dios que se la juega, haciéndose uno de nosotros. En este sentido, quiero compartir con ustedes una experiencia de hace pocas horas. Esta mañana, en el Campo de Refugiados de Vrazhedebna, tuve la alegría de reunirme con refugiados y personas acogidas de varios países del mundo que buscan un contexto de vida mejor que el que dejaron, y también con voluntarios de Cáritas.

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Cuando entré y vi los voluntarios de la Cáritas, pregunté quienes eran, porque pensé que eran los bomberos, porque visten de rojo. Y allí me dijeron que el corazón del centro, de este centro de refugiados, nace de la conciencia de que toda persona es hija de Dios, independientemente de su etnia o confesión religiosa.

Para amar a alguien no hay necesidad de exigir o pedirle un curriculum vitae; el amor "primerea", se adelanta. ¿Por qué? Porque el amor es gratuito. En este centro de Cáritas son muchos los cristianos que aprendieron a ver con los mismos ojos del Señor, que no se detiene en adjetivos, sino que busca y espera a cada uno con ojos de Padre.

Ustedes saben algo, tenemos que estar atentos, nosotros caímos en la cultura del adjetivo, esta persona es esto, esa persona es eso… y Dios no quiere esto, esto es una persona, es imagen de Dios, nada de adjetivos, dejemos que Dios ponga los adjetivos, nosotros ponemos el amor, a toda persona. Así, esto vale también para el chismorreo, con cuánta facilidad viene a nosotros el chismorreo y adjetivamos a la gente, yo no estoy hablando de ustedes, porque sé que aquí no hay chismorreo. Pero pensemos en los lugares que hay chismes. Debemos pasar de la cultura del adjetivo, a la cultura del substantivo.

Ver con los ojos de la fe es la invitación a no ir por la vida poniendo etiquetas, clasificando qué persona es digna o no de amor, sino tratar de crear las condiciones para que toda persona pueda sentirse amada, especialmente aquellas que se sienten olvidadas de Dios porque son olvidadas de sus hermanos.

Hermanos y hermanas. Quien ama no pierde el tiempo en lamentarse, sino que siempre ve lo que puede hacer en concreto. En este centro han aprendido a ver los problemas, a reconocerlos, a mirarlos de frente, se dejan interpelar y buscan discernir con los ojos del Señor. Como dijo el Papa Juan: «No he conocido nunca a un pesimista que haya terminado algo bueno». Los pesimistas nunca hacen algo bueno, los pesimistas arruinan todo. Cuando yo pienso al pesimista pienso en una bella torta ¿qué hace el pesimista? Arroja vinagre a la torta, la arruina. Los pesimistas arruinan todo. En cambio el amor abre las puertas siempre. El papa Juan tenía razón: «No he conocido nunca a un pesimista que haya terminado algo bueno».

El Señor es el primero en no ser pesimista y continuamente está buscando abrir caminos de Resurrección para todos nosotros. El Señor es un optimista incurable. Siempre intenta pensar bien de nosotros, de llevarnos hacia adelante, de apostar por nosotros. Qué lindas son nuestras comunidades cuando se convierten en talleres de esperanza. El optimista es un hombre o una mujer que crea en la comunidad esperanza.

Pero para tener la mirada de Dios, necesitamos de los demás, necesitamos que nos enseñen a mirar y a sentir cómo mira y siente Jesús; que nuestro corazón pueda palpitar con sus mismos sentimientos. Por eso me gustó cuando Mitko y Miroslava, con su pequeño angelito Bilyana, nos decían que para ellos la parroquia fue siempre su segunda casa. Lugar donde siempre encuentran, mediante la oración comunitaria y la ayuda de las personas queridas, la fuerza para seguir adelante. Una parroquia optimista, que ayuda a ir hacia adelante.

La parroquia, en este modo, se transforma en una casa en medio de todas las casas y es capaz de hacer presente al Señor allí donde cada familia, cada persona busca cotidianamente ganarse el pan. Allí, en el cruce de los caminos, está el Señor, que no quiso salvarnos por decreto, sino que entró y quiere entrar en lo más recóndito de nuestros familias y decirnos, como dijo a sus discípulos: «¡La paz esté con ustedes!».

Es bello el saludo del Señor. Paz esté con ustedes. Donde hay tempestad, donde hay obscuridad, donde hay duda, donde hay angustia, el Señor dice paz esté con ustedes. Y no solo lo dice, hace la paz.

Me alegra saber que les parece acertada esa "máxima" que me gusta compartir con los matrimonios: «Nunca ir a la cama enfadados, ni siquiera una noche» -y, por lo que veo, les da resultado-. Una máxima que puede servir también para todos nosotros, cristianos. Me gusta decir a las parejas que no peleen, pero si pelean, no hay problema, porque es normal enojarse, es normal, a veces pelear un poco fuerte, alguna vez vuelan los platos, pero no hay problema, enojarse, si hacen la paz antes de que termine el día. Nunca terminar el día en guerra, a ustedes esposos, nunca terminen el día en guerra. Y ¿saben por qué? Porque la guerra fría del día siguiente es muy peligrosa. Y Padre ¿cómo se puede hacer la paz? ¿dónde puedo aprender a hacer la paz? Solo un gesto de amor y hacer la paz.

Es cierto que, como ustedes también han contado, uno pasa por distintas pruebas, por eso es necesario velar para que la rabia, el rencor o la amargura nunca se apoderen del corazón. Y en eso nos tenemos que ayudar, cuidarnos unos a otros para que no se apague la llama que el Espíritu derramó en nuestro corazón.

Ustedes reconocen y agradecen que sus sacerdotes y religiosas se ocupen de ustedes. Son buenos. ¡Un aplauzo para ellos! Pero cuando les escuchaba me llamó la atención ese sacerdote que compartía, no lo bueno que ha hecho en estos años de ministerio, sino que ha hablado de las personas que Dios ha puesto a su lado para ayudarlo a ser un buen ministro de Dios. Y estas personas son ustedes.

El Pueblo de Dios agradece a su pastor y el pastor reconoce que aprende a ser creyente, atentos, aprende a ser creyente, con la ayuda de su pueblo, de su familia y en medio de ellos. Cuando un sacerdote, una persona consagrada, un obispo como yo, se aleja del pueblo de Dios, el corazón se enfría y pierde esa capacidad de creer como el pueblo de Dios, por eso me gusta esa afirmación, el pueblo de Dios ayudar a los consagrados a ser creyentes.

Lo que Dios quiere es una comunidad viva que sostiene, acompaña, complementa y enriquece. Nunca separados, sino juntos, cada uno aprende a ser signo y bendición de Dios para los demás. El sacerdote sin su pueblo pierde identidad y el pueblo sin sus pastores puede fragmentarse. La unidad del pastor que sostiene y lucha por su pueblo, y el pueblo que sostiene y lucha por su pastor. Esto es grande.

Cada uno dedica su vida a los demás. Nadie puede vivir para sí, vivimos para los demás. Y esto lo decía San Pablo en una de sus cartas, ninguno vive solo para sí. Padre, yo conozco a una palabra que vive solo para sí. ¿Esta persona es feliz? ¿Es capaz de dar vida a los demás? ¿Es capaz de sonreír? Son las personas egoístas.

Es el pueblo sacerdotal el que, junto al sacerdote, puede decir: «Este es mi cuerpo que se entrega por ustedes». Este es el pueblo de Dios unido al sacerdote. Así aprendemos a ser una Iglesia-hogar-comunidad que acoge, escucha, acompaña, se preocupa de los demás revelando su verdadero rostro, que es rostro de madre. La Iglesia es madre.

Iglesia-madre que vive y hace suyo el problema de los hijos, no ofreciendo respuestas confeccionadas. No las madres cuando deben responder a los hijos dicen lo que les viene en ese momento a la boca, las madres no tienen respuestas confeccionadas, responden con el corazón, corazón de madre, así la iglesia, que es madre. Esta iglesia que está hecha por todos nosotros, pueblo de Dios, sacerdotes, consagrados, pueblo, todos juntos, busca juntos caminos de vida, de reconciliación; buscando hacer presente el Reino de Dios.

Iglesia-familia-comunidad que afronta las cuestiones importantes de la vida, que a menudo son grandes madejas de hilo, y antes de desenredarlas las hace suyas, las acoge en sus manos y las ama. Así lo hace una madre, cuando ve a un hijo, a una hija en dificultad, no los condena. Toma las dificultades, esos nudos, en sus manos, los hace suyos y resuelve. Así es nuestra madre iglesia, así la debemos mirar, es la madre que nos acepta como somos, con nuestras dificultades, nuestros pecados, es madre, siempre sabe arreglar las cosas. ¿No les parece lindo tener una madre así? Nunca se alejen de la Iglesia. Si tú te alejas, perderás la memoria de la maternidad de la Iglesia y comenzarás a pensar mal de tu madre Iglesia. Entre más lejano, esa imagen de madre será imagen de madrina. La madrina es con el corazón. La Iglesia es madre.

Una familia entre las familias, abierta –como nos decía la hermana– para testimoniar al mundo actual la fe, la esperanza y el amor al Señor y a aquellos que Él ama con predilección. Una casa con las puertas abiertas. La iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre. Me ha tocado mucho el texto de un sacerdote que quería mucho a la Virgen, y también un sacerdote pecador, él sabía ser pecador, pero iba a la Virgen y lloraba antes de la Virgen. Una vez escribió un poema a la Virgen e hizo el propósito de nunca alejarse de la Iglesia. Escribía así: esta tarde, Señora, la promesa es sincera, pero de casualidad, no te olvides de dejar la llave de la parte de afuera. María y la Iglesia nunca cierran por adentro, si cierran, dejan la llave afuera, tú puedes abrir. Y esta es nuestra esperanza, la esperanza de reconciliación.

Padre, usted dice que la Iglesia y la Virgen son una casa con las puertas abiertas. Pero si usted supiera que las cosas feas que he hecho en la vida, para mí las puertas de la iglesia y las puertas de la Virgen están cerradas.  Tienes razón, están cerradas, pero acércate, mira bien, y verás la llave por afuera, abre, la puerta está allí, no tienes que tocar. Esto es para toda la vida.

En este sentido, tengo un "trabajito" para ustedes. Ustedes son hijos en la fe de dos grandes testigos que fueron capaces de testimoniar con su vida el amor del Señor en estas tierras. Los hermanos Cirilo y Metodio, hombres santos y visionarios, tuvieron la certeza de que la manera más auténtica para hablar con Dios era hacerlo en la propia lengua. Eso les dio la audacia de animarse a traducir la Biblia para que nadie pudiera quedar privado de la Palabra que da vida.

Ser una casa de puertas abiertas, siguiendo las huellas de Cirilo y Metodio, implica también hoy animarse a ser audaces y creativos para preguntarse cómo se puede traducir de manera concreta a las generaciones más jóvenes el amor que Dios nos tiene. Ay que ser audaces, valientes.

Sabemos y experimentamos que «los jóvenes, en las estructuras habituales, muchas veces no encuentran respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas» (Exhort. apost. postsin. Christus vivit, 202).  Esto nos pide una mayor imaginación en nuestras acciones pastorales para buscar la manera de llegar a su corazón, conocer sus búsquedas y alentar sus sueños como comunidad-familia que sostiene, acompaña e invita a mirar el futuro con esperanza.

Una tentación grande que enfrentan las nuevas generaciones es la falta de raíces que los sostenga y esto los lleva al desarraigo y a una gran soledad. Nuestros jóvenes, cuando se sienten llamados a desplegar todo el potencial que poseen, muchas veces quedan a mitad de camino por las frustraciones o las desilusiones que experimentan, ya que no poseen raíces donde apoyarse para mirar adelante (Exhort. apost. postsin. Christus vivit, 179-186). Y eso aumenta cuando se ven obligados a dejar su tierra, su patria, su hogar.

No tengamos miedo a asumir nuevos desafíos, siempre que busquemos por todos los medios que nuestro pueblo no sea privado de la luz y el consuelo que nace de la amistad con Jesucristo. Quisiera subrayar sobre los jóvenes que pierden sus raíces. Hoy en el mundo, hay muchas personas que sufren mucho, los jóvenes y los ancianos, los debemos hacer encontrar, encontrarse. Los ancianos son las raíces de nuestra sociedad. No podemos alejarlos de nuestra comunidad, son la memoria viva de nuestra fe, los jóvenes necesitan raíces, memoria. Hagamos que se comuniquen. Sin miedo. Es una bella profecía del profeta Joel. Los viejos soñarán, los jóvenes profetizarán. Cuando los jóvenes se encuentran con los ancianos, los ancianos con los jóvenes, los ancianos vuelven a vivir, vuelven a soñar y los jóvenes toman valentía de los ancianos, van hacia adelante, y empiezan a frecuentar el futuro. Necesitamos que los jóvenes frecuenten el futuro, pero solo se puede hacer si tienen las raíces de los ancianos. Cuando venía en las calles había muchos ancianos que sonreían, tienen un tesoro dentro, y había tantos jóvenes, que saludaban y sonreían, que se encuentren, que los ancianos den a estos jóvenes de profetizar, de frecuentar el futuro.

No tengamos miedo a asumir nuevos desafíos, siempre que busquemos por todos los medios que nuestro pueblo no sea privado de la luz y el consuelo que nace de la amistad con Jesucristo, de una comunidad de fe, en la parroquia, que lo contenga y de un horizonte siempre desafiante y renovador que le dé sentido y vida (cf. Exhort. apost. Evangelii gautium, 49). No nos olvidemos que las páginas más hermosas de la Iglesia fueron escritas cuando el Pueblo de Dios se ponía en camino creativamente, para buscar traducir el amor de Dios en cada momento de la historia, con los desafíos que se iban encontrando.

El pueblo unido, el pueblo de Dios, con el sentido de la fe claro. Es lindo saber que cuentan con una gran historia vivida, pero es más hermoso saber que a ustedes se les confió escribir lo que vendrá. Estas páginas no han sido escritas, las tienen que escribir ustedes, el futuro está en sus manos, el libro del futuro lo tienen que escribir ustedes.

No se cansen de ser una Iglesia que siga engendrando, que siga engendrando, en medio de las contradicciones, dolores, pobrezas, Iglesia madre que engendra a los hijos que esta tierra necesita hoy en los inicios del s. XXI, teniendo un oído en el Evangelio y el otro en el corazón de su pueblo.

Gracias. Gracias por este hermoso encuentro y pensando en el papa Juan, quisiera que la bendición que les doy ahora sea una caricia del Señor para cada uno de ustedes. Él había dado esta bendición con el deseo que fuera una caricia, la bendición que impartió a la luz de la luna. Recemos juntos, recemos a la Virgen que es imagen de la Iglesia. Recen en su idioma el Ave María… María Madre de la Iglesia, reza por nosotros.

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