En la medida que vayas creciendo -en todos los sentidos: fuerte, grande e incluso logrando tener fama- no te olvides lo más hermoso y valioso que aprendiste en el hogar. Es la sabiduría que dan los años: cuando crezcas, no te olvides de tu madre y de tu abuela, y de esa fe sencilla pero robusta que las caracterizaba y que les daba fuerza y tesón para ir adelante y no desfallecer. Es una invitación a dar gracias y reivindicar la generosidad, valentía, desinterés de una fe "casera" que pasa desapercibida pero que va construyendo poco a poco el Reino de Dios.
Ciertamente, la fe que "no cotiza en bolsa" no vende y, como nos recordaba Eduard, puede parecer que "no sirve para nada". Pero la fe es un regalo que mantiene viva una certeza honda y hermosa: nuestra pertenencia de hijos e hijos amados de Dios. Dios ama con amor de Padre. Cada vida, cada uno de nosotros le pertenecemos. Es una pertenencia de hijos, pero también de nietos, esposos, abuelos, amigos, de vecinos; una pertenencia de hermanos.
El maligno divide, desparrama, separa y enfrenta, siembra desconfianza. Quiere que vivamos "descolgados" de los demás y de nosotros mismos. El Espíritu, por el contrario, nos recuerda que no somos seres anónimos, abstractos, seres sin rostro, sin historia, sin identidad. No somos seres vacíos ni superficiales. Existe una red espiritual muy fuerte que nos une, "conecta" y sostiene, y que es más fuerte que cualquier otro tipo de conexión. Son las raíces: es el saber que nos pertenecemos los unos a los otros, que la vida de cada uno está anclada en la vida de los demás. "Los jóvenes florecen cuando se les ama verdaderamente" -decía Eduard-.
Todos florecemos cuando nos sentimos amados. Porque el amor echa y nos invita a echar raíces en la vida de los demás. Como esas bellas palabras de su poeta nacional que deseaba a su dulce Romanía que "tus hijos vivan únicamente en fraternidad, como las estrellas de la noche" (M. Eminescu, Cosa ti auguro, dolce Romania). Nos pertenecemos los unos a los otros y la felicidad personal pasa por hacer felices a los demás. Todo lo demás son cuentos.