El Santo Padre también ha alertado a menudo de la tentación de caer en la corrupción. Muchos recordarán lo que manifestó en octubre de 2014 en una audiencia con juristas de varias partes del mundo: "la corrupción es un mal más grande que el pecado. Más que perdonado, este mal debe ser curado". Además, denunció que en la actualidad "la corrupción se volvió natural, al punto de llegar a constituir un estado personal y social ligado a la costumbre, una práctica habitual en las transacciones comerciales y financieras, en las licitaciones públicas, en toda negociación que involucra agentes del Estado".
Sobre el mal de la corrupción volvió a hablar Francisco el 25 de mayo de este año en la homilía de la Misa matutina en la Casa Santa Marta. "El apego a las riquezas es el inicio de todo tipo de corrupción, por doquier: corrupción personal, corrupción en los negocios, también la pequeña corrupción comercial, la de aquellos que quitan 50 gramos al peso justo, corrupción política, corrupción en la educación… ¿Por qué? Porque aquellos que viven apegados al propio poder, a las propias riquezas, creen que están en el paraíso. Están cerrados, no tienen horizonte, no tienen esperanza. Y al final, deberán dejar todo".
"Hay un misterio en la posesión de las riquezas", agregó. Y esto sucede porque "las riquezas tienen la capacidad de seducir, de llevarnos a una seducción y de hacernos creer que estamos en un paraíso terrenal".
Para terminar, expuso cuáles son las consecuencias y qué debe hacer una persona a la que Dios le da riquezas: "el apego a las riquezas nos da tristeza y nos hace estériles. Digo 'apego', no digo 'administrar bien las riquezas', porque las riquezas son para el bien común, para todos. Y si el Señor a una persona se las da es para que las utilice para el bien de todos, no para sí mismo, no para que las encierre en su corazón, que después con esto se vuelve corrupto y triste".