Esta es la afirmación más equivocada de todas. Francisco, como dijimos, tiene una facilidad con el mundo que otros líderes religiosos, temerosos a la modernidad, carecen. Pero esto no es porque Francisco ame el mundo. Francisco ama a la gente, y quiere guiar a las almas hacia Cristo.
Siempre habla sobre el demonio, y nos advierte de las tentaciones mundanas, alentandonos a huir de ellas. Él ama la creación de Dios, pero sabe cuán dañino es el pecado original, y como se puede caer en él tan fácilmente. Confundir la bondad del Papa y su amistosa forma de ser con el amor por este mundo es malinterpretar toda la naturaleza de su pontificado: Francisco, mejor que nadie, sabe que el mundo está hundido en el pecado.Por ello se desvive apasionadamente por sanarlo con la nueva evangelización.
La única cosa que muchas personas entienden sobre el Papa Francisco que se parece a Juan XXIII, aunque la comparación sea errada, y menos cuando se introduce la terminología política. Juan XXIII nunca fue un "liberal"; él fue un campeón de la reforma ortodoxa, así como lo es Francisco.
Y si el Papa Francisco, apoyado por los fieles, y debidamente comprendido, ha sido llamado a tener éxito en la reforma que tanto desea, el sufrimiento de la Iglesia, y más aún del perturbado mundo, se beneficiará de su valor, su fuerza y su fe.