Los regímenes comunistas de China y Corea del Norte decidieron censurar la libertad de información ocultando, por varios días, el fallecimiento del Papa Juan Pablo II, aislando a la población de los homenajes ofrecidos en todo el mundo.
De esta manera, se palpó nuevamente la persecución a la cual es sometida la Iglesia en ambos países, a pesar de que sus gobernantes se esfuerzan por “demostrar” todo lo contrario a través de la formación de “iglesias patrióticas”, que en realidad son asociaciones controladas por el gobierno.
En el caso de Corea del Norte, los católicos que viven clandestinamente se enteraron de la noticia una semana después. Sólo los que habitan en la capital Pyonyang pudieron informarse con tres días de atraso.