Con el Patriarca y el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Rumana tuvimos un encuentro muy cordial, en el cual reiteré el deseo de la Iglesia Católica de caminar juntos con la memoria reconciliada y hacia una unidad más completa, que el pueblo rumano invocó proféticamente durante la visita de San Juan Pablo II. Esta importante dimensión ecuménica del viaje culminó en la solemne oración del Padre Nuestro, dentro de la nueva e imponente catedral ortodoxa de Bucarest.
Este fue un momento de fuerte valor simbólico, porque el Padre Nuestro es la oración cristiana por excelencia, patrimonio común de todos los bautizados. Nadie puede decir "Padre mío" y "Padre vuestro"; no, "Padre Nuestro", patrimonio común de todos los bautizados. Manifestamos que la unidad no merma la diversidad legítima. ¡Qué el Espíritu Santo nos guíe a vivir cada vez más como hijos de Dios y hermanos entre nosotros!
Como comunidad católica celebramos tres Liturgias eucarísticas. La primera en la catedral de Bucarest, el 31 de mayo, en la fiesta de la Visitación de la Virgen María, icono de la Iglesia en el camino de fe y de caridad. La segunda eucaristía en el santuario de Sumuleu Ciuc, meta de muchos peregrinos. Allí, la Santa Madre de Dios reúne al pueblo fiel en la variedad de lenguas, culturas y tradiciones. Y la tercera celebración fue la Divina Liturgia en Blaj, centro de la Iglesia greco-católica en Rumania, con la beatificación de siete obispos greco-católicos, testigos de la libertad y de la misericordia que vienen del Evangelio. Uno de estos nuevos beatos, Mons. Iuliu Hossu, durante su encarcelamiento escribió: "Dios nos envió a estas tinieblas de sufrimiento para dar el perdón y orar por la conversión de todos". Pensando en las terribles torturas a las que fueron sometidos, estas palabras son un testimonio de misericordia.
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