Además de la doctrina, son su testimonio de vida religiosa, de virtud y de oración: estos misioneros rezaban. Iban a predicar, hacían movimientos políticos, de todo, pero rezaban. Eso es lo que alimenta la vida misionera: una vida de caridad, humildad y de total desinterés por honores y riquezas, que inducen a muchos de sus discípulos y amigos chinos a acoger la fe católica.
Porque veían a un hombre tan inteligente, tan sabio y tan hábil en el buen sentido de la palabra para hacer las cosas, y tan creyente, decían: "lo que predica es verdad", porque es una personalidad que da testimonio y atestigua con su propia vida lo que proclama. Esta es la coherencia de los evangelizadores. Y esto aplica para todos los cristianos, ya que todos somos evangelizadores.
Puedo decir el "Credo" de memoria y puedo expresar todas las cosas que creemos, pero si mi vida no es coherente con eso, no sirve de nada. Lo que atrae a la gente es el testimonio de coherencia. Los cristianos vivimos lo que decimos. No debemos simular vivir como cristianos y luego vivir como mundanos. Tengan cuidado con eso. Observen a estos misioneros. Este es un italiano. Observen a estos grandes misioneros y vean que la mayor fuerza es la coherencia. ¡Son coherentes!
En los últimos días de su vida, a quien estaba más cerca de él y le preguntaba cómo se sentía, "respondió que estaba pensando en ese momento si era más grande la alegría y la felicidad que sentía interiormente por la idea de que estaba cerca su viaje para ir a gustar a Dios, o la tristeza que le podía causar el dejar a los compañeros de toda la misión que amaba mucho, y el servicio que aún podía hacer a Dios Nuestro Señor en esta misión" (S. De Ursis, Relación sobre M. Ricci, Archivo Histórico Romano S.I.). Es la misma actitud testimoniada por el Apóstol Pablo (cf. Fil 1,22-24), síntesis de amor de Dios y de celo misionero.