Un discurso diferente merece el tiempo de la aridez. El Catecismo lo describe de esta manera: «El corazón está desprendido, cuando hay aridez, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro» (n. 2731). La aridez nos hace pensar en el viernes santo, en la noche, el sábado santo, Jesús no está, está en la tumba, está muerto, estamos solos, este es el pensamiento principal de la aridez.
A menudo no sabemos cuáles son las razones de la aridez: puede depender de nosotros mismos, pero también de Dios, que permite ciertas situaciones de la vida exterior o interior. O, a veces, puede ser un dolor de cabeza, de hígado, que te impide entrar en la oración. A menudo no sabemos la razón.
Los maestros espirituales describen la experiencia de la fe como un continuo alternarse de tiempos de consolación y de desolación; momentos en los que todo es fácil, mientras que otros están marcados por una gran pesadez.
Muchas veces, cuando encontramos un amigo, decimos: "¿Cómo estás?" Hoy estoy "de bajón". Muchas veces estamos "decaídos", es decir, no tenemos sentimientos, no tenemos consuelo, no podemos afrontarlo. Son esos días grises... y ¡hay tantos en la vida! Pero el peligro es tener un corazón gris: cuando este "estar de bajón" llega al corazón y lo enferma... Y hay gente que vive con el corazón gris. Esto es terrible: ¡no puedes rezar, no puedes sentir consuelo con un corazón gris! O no se puede avanzar en una sequedad espiritual con un corazón gris. El corazón debe estar abierto y luminoso, para que entre la luz del Señor. Y si no entra, hay que esperarlo con esperanza. Pero no cerrarlo en el gris.