"Mirando a Cristo vemos la belleza, el bien, la verdad. Y el Espíritu genera una vida que, secundando estos deseos, suscita en nosotros la esperanza, la fe y el amor".
"Así descubrimos mejor qué significa que el Señor Jesús no ha venido para abolir la ley sino para darle cumplimiento, para hacerla crecer, y mientras la ley según la carne era una serie de prescripciones y de prohibiciones, según el Espíritu esta misma ley se convierte en vida, porque no es más una norma sino la carne misma de Cristo, que nos ama, nos busca, nos perdona, nos consuela y en su Cuerpo recompone la comunión con el Padre, perdida por la desobediencia del pecado".
"Y así la negatividad literaria, la negatividad en la expresión de los mandamientos –no robar, no insultar, no matar– aquél no se transforma en una actitud positiva: amar, dar lugar a los otros en mi corazón, todos deseamos que siembren lo positivo. Y esta es la plenitud de la ley que Jesús ha venido a traernos".
"En Cristo, y solo en Él, el Decálogo deja de ser condena y se convierte en la auténtica verdad de la vida humana, es decir, deseo de amor –aquí nace el deseo del bien, de hacer el bien– deseo de alegría, deseo de paz, de magnanimidad, de benevolencia, de bondad, de fidelidad, de mansedumbre, dominio de sí. De aquellos no se pasa a este sí: la actitud positiva de un corazón que se abre con la fuerza del Espíritu Santo".