A pesar de ello, aseguró que en Italia “la Iglesia es una realidad muy viva, que conserva una presencia capilar entre la gente" y “las tradiciones cristianas siguen enraizadas”. No obstante, “se advierte la gravedad del peligro de separarse de las raíces cristianas de la civilización, incluso entre personas que no practican nuestra fe".
El Papa aclaró que “nuestra actitud no tendrá que ser la de un renunciatario replegarse sobre nosotros mismos”, sino la de “mantener vivo y si es posible incrementar nuestro dinamismo, la de abrirse con confianza a relaciones nuevas, sin dejar de lado energía alguna que pueda contribuir al crecimiento cultural y moral de Italia”.
“El cristianismo –subrayó el Papa– está abierto a todo cuanto es justo, verdadero y puro en las culturas y las civilizaciones. Los discípulos de Cristo reconocen por lo tanto y acogen de buen grado los valores auténticos de la cultura contemporánea, como los conocimientos científicos y el desarrollo tecnológico, los derechos humanos, la libertad religiosa y la democracia”. Pero, conscientes de “la fragilidad humana, no se olvidan de las tensiones interiores y las contradicciones de nuestra época. Por eso, la obra de evangelización no es una simple adaptación a las culturas, sino también y siempre una purificación que favorece la madurez y el saneamiento”.
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