Cardenal Bergoglio recuerda en CEI que Eucaristía debe traducirse en espiritualidad

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El Arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Jorge Bergoglio, recordó que "la Eucaristía, como fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, se tiene que traducir en espiritualidad, en vida según el Espíritu", al ofrecer una catequesis sobre "La Eucaristía y la Iglesia, misterio de la alianza" durante el 49º Congreso Eucarístico Internacional, que se celebra en Québec, Canadá.

Según informó la agencia AICA, el Purpurado señaló que el Papa Benedicto XVI exhorta a los cristianos, en su encíclica Sacramentum Caritatis, a "ofrecernos eucarísticamente a todos, junto con el Señor, ya que la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo. La Eucaristía, pues, don y tarea, don de vida que se recibe y don de vida que se da a todos", sostuvo que también "late en el corazón del Documento de Aparecida, con tono de alabanza agradecida y con fervor misionero".

Tras explicar que "la Eucaristía es el centro vital del universo, capaz de saciar el hambre de vida y felicidad: El que me coma vivirá por mí", precisó que "en el medio, entre el don y la misión, la Iglesia es el motivo central de esta catequesis de hoy: La Eucaristía y la Iglesia, misterio de la alianza".

El Cardenal Bergoglio consideró que "las conclusiones para la vida espiritual personal creo que cada uno debe elegirlas de entre aquellas en las que encuentre más gusto, como dice San Ignacio en los Ejercicios Espirituales", y estimó que "unir la Eucaristía y la comunión sacramental con María es algo que intuitivamente hacemos, y profundizar en esto a todos nos hace bien. Por ello podemos pedir la gracia de recibir la Comunión como María recibió al Verbo y dejar que se haga carne nuevamente en mí".

Refiriéndose a las consecuencias eclesiales, el Arzobispo indicó que "la Iglesia como realidad 'santificada' plenamente y capaz de recibir y de comunicar -sin errores ni carencias, desde su propia pobreza y aun con sus pecados- toda la santidad de Dios, no es un 'complemento' o un 'agregado institucional' a Jesucristo, sino participación plena de su Encarnación, de su Vida, de su Pasión, muerte y Resurrección. Sin estos "odres nuevos" que son la Iglesia y María – en una universalidad concreta sin parangón, cuya relación es paradigma de todo lo demás- la venida del Verbo eterno al mundo y a la carne, su Palabra en nuestros oídos y su Vida en nuestra historia, no podrían ser recibidos adecuadamente".

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