Pero los "momentos culminantes de comunión con los fieles católicos fueron sobre todo las celebraciones eucarísticas", como la del Valle de Josafat en Jerusalén, donde el Papa habló de la resurrección de Cristo "como fuerza de esperanza y paz para esa Ciudad y el mundo entero"; la celebrada en Belén, en los Territorios Palestinos, "con la participación de fieles procedentes de Gaza, que tuve la alegría de consolar personalmente, asegurándoles mi cercanía particular".
"Belén, lugar donde resonó el canto celestial de paz para los hombres, es el símbolo de la distancia que nos separa todavía del cumplimento de aquel anuncio: precariedad, aislamiento, incertidumbre, pobreza. Todo ello ha llevado a tantos cristianos a irse de allí. Pero la Iglesia sigue su camino, sostenida por la fuerza de la fe y atestiguando su amor con obras concretas de servicio a los hermanos, como el Caritas Baby Hospital de Belén y la acción humanitaria en los campos de prófugos".
El Pontífice visitó el campo de Aida, donde "garanticé a las familias allí acogidas -dijo- la cercanía y el aliento de la Iglesia universal, invitando a todos a buscar la paz con métodos no violentos, siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís". Benedicto XVI habló de la última misa con la que clausuró el Año de la Familia en Nazaret, donde rezó "por todas las familias, para que se vuelva a descubrir la belleza del matrimonio y de la vida familiar", y de su encuentro en la basílica de la Anunciación con los pastores, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de Galilea, donde "cantamos nuestra fe en la potencia creadora y transformadora de Dios".
El viaje del Papa concluyó el 15 de mayo, con la visita al Santo Sepulcro y "dos importantes encuentros ecuménicos en Jerusalén: en el Patriarcado Greco-Ortodoxo y en la Iglesia Patriarcal Armenia Apostólica".