Benedicto XVI pide a Europa no apostatar de si misma y recuperar su identidad cristiana

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Al recibir esta mañana en el Vaticano a los participantes de un Congreso promovido por la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (COMECE) con ocasión del 50º aniversario de los Tratados de Roma, el Papa Benedicto XVI lanzó un clamoroso llamado al “Viejo Continente” a no apostatar ni de Dios ni de su propia identidad y a construir una “casa común” abierta a los valores universales y absolutos.

Después de reconocer que en los últimos 50 años el continente ha recorrido “un largo camino”, que ha conducido a la “reconciliación de los dos pulmones –Oriente y Occidente–, ligados por una historia común, pero arbitrariamente separados por una cortina de injusticia”, el Santo Padre hizo un repaso por los capítulos políticos, económicos y sociales de la Unión Europea, llegando a alarmar sobre su posible desaparición.

Tomando en cuenta el aspecto demográfico, el Pontífice advirtió que “se debe lamentablemente constatar que Europa parece encaminada sobre una vía que podría llevarla a despedirse de la historia”. A su juicio, esa situación, “además de poner en riesgo el crecimiento económico, puede causar enormes dificultades a la cohesión social y, sobre todo, favorecer un peligroso individualismo, desatento de las consecuencias del futuro”.

“De todo esto emerge claramente que no se puede pensar en edificar una auténtica ‘casa común’ europea sin tomar en cuenta la identidad propia de los pueblos de este nuestro Continente. Se trata, en efecto, de una identidad histórica, cultural y moral, antes incluso que geográfica, económica o política; una identidad constituida por un conjunto de valores universales, que el cristianismo ha contribuido a forjar, adquiriendo así un papel no sólo histórico, sino fundacional en relación a Europa”, dijo el Papa.

Así, continuó, “tales valores, que constituyen el alma del Continente, deben permanecer en la Europa del tercer milenio como ‘fermento' de civilización. Si efectivamente estas cosas faltaran, ¿cómo podría el ‘Viejo’ Continente continuar desarrollando la función de 'levadura' para el mundo entero? Si, con ocasión del 50 aniversario de los Tratados de Roma, los Gobiernos de la Unión desean ‘acercarse’ a los ciudadanos, ¿cómo podrán excluir un elemento esencial de la identidad europea como es el cristianismo, con el que una vasta mayoría de ellos continúa identificándose?”.

Al respecto, el Santo Padre preguntó si “¿no es motivo de sorpresa que la Europa de hoy, en el momento en que ambiciona presentarse como una comunidad de valores, parezca poner cada vez más en entredicho que existan valores universales y absolutos? Esta singular forma de ‘apostasía’ de sí misma, antes aún que de Dios, ¿no la induce quizá a dudar de su propia identidad?

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“De este modo se termina por difundir la convicción de que la ‘ponderación de los bienes’ es la única vía para el discernimiento moral y que el bien común es sinónimo de un acuerdo. En realidad, si el acuerdo puede consistir en un legítimo balance de diversos intereses particulares, se transforma en mal común toda vez que implica acuerdos que lesionan la naturaleza del hombre”, explicó.

Pragmatismo y relativismo

Más adelante, el Papa advirtió que “una comunidad que se construye sin respetar la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que toda persona es creada a imagen de Dios, termina por no hacer el bien a nadie”.

Por esa razón, aseguró que “es cada vez más indispensable que Europa se guarde del comportamiento pragmático, hoy largamente extendido, que justifica sistemáticamente la renuncia a los valores humanos esenciales, como si fuese la inevitable aceptación de un presunto mal menor. Tal pragmatismo, presentado como equilibrado y realista, en el fondo no es tal porque niega la dimensión de valor e ideal, que es inherente a la naturaleza humana”.

Este pragmatismo, insertado en tendencias y corrientes laicistas y relativistas, “termina negando a los cristianos el derecho propio a intervenir como tales en el debate público o, por lo menos, no se valora su contribución con la excusa de que quieren tutelar injustificados privilegios”.

El Pontífice señaló que en este momento histórico, Europa debe ser “garante del estado de derecho y eficaz promotor de los valores universales” y “no puede no reconocer con claridad la existencia cierta de una naturaleza humana estable y permanente, fuente de derechos comunes a todos los individuos”. Así abogó por el derecho a la objeción de conciencia, toda vez que los derechos humanos fuesen violados.

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