Benedicto XVI recordó que Dios creó al ser humano, dotándole de razón y le confió el dominio sobre todas las criaturas, llegando a ser un “colaborador de Dios en la creación. Podemos decir que el trabajo de predecir, controlar y gobernar la naturaleza, que la ciencia hace hoy más factible que en el pasado, forma parte del plan del Creador”.
“El ser humano no puede depositar en la ciencia y en la tecnología una confianza tan radical e incondicional, como para creer que el progreso de la ciencia y la tecnología puede explicar todo y satisfacer plenamente sus necesidades existenciales y espirituales. La ciencia no puede sustituir a la filosofía y a la revelación, dando una respuesta exhaustiva a las cuestiones fundamentales del hombre, como las que conciernen al sentido de la vida y de la muerte, a los valores últimos y a la naturaleza del progreso”, agregó.
Asimismo, se refirió a las responsabilidades éticas de los científicos y señaló que “sus conclusiones deben guiarse por el respeto a la verdad y por el reconocimiento honesto de la precisión y de los límites inevitables del método científico. Claramente, esto significa evitar innecesariamente predicciones alarmantes cuando no están sostenidas por datos suficientes o exceden la capacidad actual de la ciencia para hacer previsiones. Al mismo tiempo, se debe evitar lo contrario, es decir, el callar, por temor, frente a los auténticos problemas. La influencia de los científicos en la formación de la opinión pública sobre la base de su conocimiento es muy importante como para ser socavada por una indebida precipitación o por una publicidad superficial”.