Al recibir a quinientas mujeres pertenecientes al Ordo Virginum, llegadas a Roma en peregrinación para participar en un congreso internacional sobre la virginidad, el Papa Benedicto XVI elogió el don de la virginidad consagrada para la Iglesia, aunque éste sea incomprendido por el mundo.
El Santo Padre recordó que la virginidad consagrada era "un don en la Iglesia y para la Iglesia", como dice el congreso, y las invitó a "crecer día tras día en la comprensión de un carisma tan luminoso y fecundo a los ojos de la fe, cuanto oscuro e inútil a los del mundo".
"El Orden de las Vírgenes constituye una expresión particular de vida consagrada, que volvió a florecer en la Iglesia después del Concilio Vaticano II -explicó el Santo Padre- pero sus raíces son antiguas; se hunden en los inicios de la vida evangélica cuando, como novedad inaudita, el corazón de algunas mujeres comenzó a abrirse al deseo de la virginidad consagrada: al deseo de entregar a Dios todo el ser que se realizó extraordinariamente por primera vez en la Virgen de Nazaret y en su 'sí'".