Con la llegada de la Navidad, la parroquia de Santa Ana del Vaticano –más conocida como la parroquia del Papa-, trabaja sin descanso para ayudar a los más necesitados. Esta iglesia situada en los confines del estado del Vaticano, recibe cada día la visita numerosos fieles de todo el mundo para pedir ayuda y preguntar por el Santo Padre.

La parroquia trabaja a diario con Caritas, y cada semana sirve de puente entre aquellos que quieren ofrecer su caridad y los que más la necesitan. En estas fechas, por Navidad, los parroquianos recolectan alimentos que serán repartidos entre los más pobres.

Como dice su simpático párroco, el Padre Bruno Silvestrini, la parroquia de Santa Ana se ha convertido "en la puerta del mundo que es, la ciudad del Vaticano".

En una entrevista concedida a ACI Prensa, el P. Silvestrini explica que lejos de lo que muchos piensan, la Basílica de San Pedro no es la parroquia del Papa Francisco, sino la iglesia de Santa Ana.

"Esta es la parroquia del Santo Padre, es la parroquia del Palacio Apostólico y también de la Casa Santa Marta, donde se encuentra el Papa Francisco y todos estamos en comunión y conocen de mi actividad pastoral, cómo encuentro a las personas tanto la caridad como para el anuncio de la palabra, la evangelización al partir el pan de la palabra y de la Eucaristía, el don de la caridad a todas las personas que vienen a llamar a esta puerta", dice.

El P. Silvestrini, de la orden de los Agustinos, asegura que desde que el Papa Francisco comenzó su ministerio petrino, la parroquia de Santa Ana, ha redoblado la presencia de los fieles en la celebración de la Santa Misa, en las confesiones, así como en las iniciativas.

"Todos los fieles vienen aquí a preguntar: ¿Cuándo viene el Santo Padre? ¿Cuándo podremos saludarlo? Porque el Papa Francisco es muy amado y seguido por los fieles que vienen a esta iglesia. Pobres de todo el mundo vienen a llamar a la puerta, son personas que han perdido todo y que no tienen casa, o que no consiguen llegar a fin de mes y vienen a pedir una ayuda. Así que trabajamos mucho y hacemos mil iniciativas. Les escuchamos y les dirigimos hacia una solución", cuenta.

El párroco señala que entre los fieles que llaman a su puerta hay historias que verdaderamente desgarran el alma, especialmente cuando el que necesita la ayuda sufre de alguna enfermedad que precisa un seguimiento médico profundizado y costoso. También reciben a muchas madres embarazas que, con lágrimas en los ojos, piden consejo espiritual, o una ayuda para traer a sus hijos al mundo.

Estas difíciles historias marcaron su alma, pero tiene una pócima especial que le ayuda a recuperar las energías: "Este trabajo realmente me cansa, pero nunca he dejado de dedicar mucho tiempo a la espiritualidad, la oración de la mañana, la tarde, la Eucaristía, la meditación personal, el Rosario, y esos son elementos fundamentales que me dan la fuerza para encontrar en el Señor, en el Evangelio, en la lectura de la Palabra del Señor, y en la Eucaristía, la energía necesaria", dice.

"Yo no soy un sacerdote que haya decidido hacer este trabajo, sino que he sido llamado por el Señor a la Iglesia para que sepa darme a los demás. En todas las situaciones, con todas las personas que vienen, me esfuerzo por ser sonriente y dar una mano en la medida de lo posible, y busco siempre encontrar en el Señor la fuerza para estar lleno de energía y alegría, porque el Señor es la primavera que me da las energías para esforzarme e intentar ser un buen sacerdote", asegura.

El 17 de marzo, a los cuatro días del inicio de su Pontificado, el Papa Francisco celebró Misa en la parroquia de Santa Ana. "Para nosotros –prosiguió el sacerdote-, fue una sorpresa inmensa. El Papa quiso venir enseguida a encontrar al párroco y a los fieles de esta parroquia, a los catequistas, a los niños de catequesis, a las familias, a los grupos parroquiales. Los encontró a todos y fue una gran alegría porque trajo entre nosotros este inmenso y caluroso abrazo que fue el anuncio de que el Señor no se cansa nunca de ser un Padre que perdona".

"Aquella mañana me reuní con el Papa unas diez veces seguidas para prepararlo todo, y todas las veces me pidió que rezara por él: 'Rece por mí Padre, rece por mí, dedíqueme su oración porque lo necesito mucho', decía. Fue un momento muy importante, sentí la respiración del Papa que pedía con todas sus fuerzas que no lo dejaran solo, y yo se lo prometí, y esta promesa se alargó a toda mi parroquia, que nunca lo dejaré solo y lo acompañaré siempre", concluyó.

La parroquia pontificia fue fundada en el año 1929 por el Papa Pío XI y fue puesta a cargo de los monjes Agustinos. Desde entonces, todos los Papas han pasado por la parroquia en los primeros días de su mandato, desde el Papa Pio XI, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Papa Benedicto XVI y por supuesto, por el Papa Francisco.