Sadam Hussein embarcó al país en una larga guerra contra Irán entre 1980 y 1988 que costó la vida a un millón de personas. Después, la invasión de Kuwait el 2 de agosto de 1990 provocó la intervención de una coalición militar internacional el 26 de febrero de 1991 bajo mandato de la ONU y encabezada por Estados Unidos, conocida como la Primera Guerra del Golfo, que se saldó con una rápida derrota militar de Irak y su retiro de Kuwait.
Sin embargo, la caída de Sadam Hussein en 2003 arrojó a Irak a una nueva espiral de inestabilidad política donde la violencia sectaria ha sido una constante. La guerra civil en la vecina Siria, iniciada en 2011 y todavía en curso, desestabilizó aún más el país creando el contexto favorable para la ofensiva del Estado Islámico en el verano de 2014, que se hizo con el control de la llanura de Nínive, en el norte del país, y otras áreas, y proclamó un califato islámico en los territorios que controlaba en Irak y Siria.
El Estado Islámico impuso la ley islámica en el territorio bajo su control, expulsó y asesinó a los opositores, a los no musulmanes y a los que consideraba infieles. Cometió crímenes contra la humanidad, asesinatos masivos (especialmente contra cristianos, yazidíes y chiítas) destrucción del patrimonio histórico considerado idólatra (incluidos restos arqueológicos de miles de años de antigüedad), destrucción de iglesias, sometió a la esclavitud a numerosas personas y obligó a la conversión a los no musulmanes que no lograron escapar.
Tras una larga guerra en la que participaron diversos actores nacionales e internacionales, el gobierno de Bagdad consiguió recuperar el control del país en diciembre de 2017.