En su homilía, reflexionó sobre el tema "Identidad y fidelidad del sacerdote" y advirtió que "sería una triste torcedura de la psicología sacerdotal que ese hombre para los demás (porque es eso por definición), acabe siendo sacerdote para sí mismo, reclamando consideración, afecto, honores, atenciones, haciéndose dueño de lo que no le pertenece, preocupado más por su bienestar y su satisfacción que por la suerte desastrada de un mundo necesitado de Dios y por el crecimiento de la comunidad cristiana".
Tras recordar, citando a Benedicto XVI, que "los presbíteros hemos sido consagrados para servir, humilde y autorizadamente, al sacerdocio común de los fieles", subrayó que "en eso consiste la altísima dignidad del sacerdocio, que ponía miedo en el alma del Santo Cura de Ars y le movía a afirmar que después de Dios, el sacerdote lo es todo; y que él mismo no se entenderá bien sino en el cielo. Sólo se entiende bien en el cielo, y sólo los santos anticipan en la tierra esa comprensión".
Dirigiéndose a los nuevos sacerdotes, explicó que "están destinados a ser para el mundo el amanecer del amor de Dios, una llama ardiente, la esperanza de la vida eterna. ¿Parece una exigencia desmedida? En realidad, es la naturaleza del ser sacerdotal, algo ciertamente desmesurado en comparación a nuestra fragilidad nativa".