El Arzobispo de La Plata (Argentina), Mons. Héctor Aguer, criticó que la Navidad haya sido “domesticada”, al advertir que “sus rasgos más característicos han quedado aplanados por la avalancha de la secularización; su contenido religioso –¿qué puede restar de la fiesta sin él?– ha sido vaciado”.

Mons. Aguer señaló que “el contenido religioso es el acontecimiento, el hecho real del nacimiento de Jesús que religa a la humanidad con Dios y que es históricamente comprobable; no es una leyenda ni un mito lo que ha dado origen a la celebración”.

“En los aprestos que se disponen en los días previos y luego en los festejos mismos se habla de todo, de cualquier cosa, menos de lo único esencial; no se nombra a Jesucristo. Hablo, obviamente, de un hecho general, de un fenómeno cultural; no estoy exagerando, aunque reconozco los peligros de una generalización que puede resultar arbitraria”, dijo.

El Prelado indicó que “la impresión que les estoy transmitiendo tiene su fundamento en la lectura de varios periódicos y en la recorrida de numerosos canales de televisión”.

“Prácticamente no se nombra la Navidad, sino ‘las fiestas’, y cuando se pronuncia aquel nombre para nosotros sagrado, entrañable, no se incluye siquiera una alusión oblicua a Jesucristo”, lamentó al presidir la Misa de la Navidad del Señor en la catedral platense.

El prelado sostuvo que esto “ocurre en la Argentina –también aquí en La Plata– y en el mundo” y puso algunos ejemplos: “La Navidad interesa como temporada de compras para evaluar los índices de consumo; el consumismo se ha convertido en una manía universal”.

“En China, donde el gobierno comunista priva de libertad a la Iglesia, el mismo gobierno favorece el ya clásico cotillón navideño para fomentar las ventas; para la mayoría de quienes se entregan frenéticamente al shopping –y en China los números son siempre abultados– apenas asoma alguna pálida referencia a una leyenda lejana que no importa conocer con precisión”, señaló.

“En los países occidentales, que parecen haber dejado el cristianismo a sus espaldas, se ventilan durante la última semana de adviento instrucciones precisas sobre cómo puede vestirse cada uno –las mujeres, los varones, los niños– y qué manjares es preferible preparar para la comida familiar de Navidad”, indicó.

Mons. Aguer dijo que en Navidad actualmente “ha quedado una buena ocasión para reunirse, con todo lo problemática que puede resultar esa reunión, pero en la agitación preparatoria y luego en el encuentro mismo no se filtra la memoria del motivo original, del porqué de la fiesta; flota seguramente un sentimiento vago de bondad, de olvido de agravios, de amistad”.

“Este año, la proximidad de Navidad con el plazo de cumplimiento de las profecías de los mayas dio lugar a macaneos inacabables y a un provisorio reciclaje de la moda new age”, cuestionó.

El Arzobispo platense consideró, sin embargo, que “hay que reconocer también algunos rastros del influjo de la fe, de la verdad navideña, en la cultura: consecuencias laicas, seculares, del hecho cristiano”.

“Por ejemplo: un psicoanalista italiano, profesor en Roma, explica que la Navidad cristiana nos enseña la confianza en el futuro, estimulante para un país en el que ha caído de modo alarmante la tasa de natalidad. Il bambino es una imagen elocuente para cualquier civilización: una señal de alerta que recuerda que es bueno que nazcan niños y que sólo un país donde nacen muchos niños puede mejorar y prometerse un futuro”, dijo.

“En otros ambientes, también entre nosotros, la Navidad es una oportunidad propicia para recordar el valor de la paz, la comprensión y el diálogo para la vida social. Son reflejos, aplicaciones, consecuencias, pero ¿qué queda de la Navidad, propiamente hablando, si falta la fe en Jesucristo, si se olvida que se trata de celebrar su nacimiento, si se calla su Nombre?, interpeló.

Mons. Aguer remarcó que es muy importante “recuperar el sentido mismo de la fe cristiana para hacer de ella, profesada y vivida, el fundamento y germen de una cultura. Por la fe recibimos la salvación; ella nos encamina a la vida eterna, pero es también el principio de una nueva idea del hombre, de su origen, naturaleza y destino, de la familia y la sociedad, de la justicia, la reconciliación, la solidaridad y la paz”.

“La afirmación de la fe en Jesucristo, Dios y hombre verdadero, robustece las convicciones que puede alcanzar la razón humana ejercitándose rectamente, inspirada por su innegable aspiración a la verdad”, indicó.