En este punto debemos preguntarnos cómo comunicaba Jesús. Jesús en su unicidad habla de su padre –Abba– y del Reino de Dios, con los ojos llenos de compasión por los sufrimientos y las dificultades de la existencia humana. Habla con gran realismo y, yo diría de manera esencial. El anuncio de Jesús nos muestra que en el mundo y en la creación aparece el rostro de Dios y nos muestra cómo en las historias cotidianas de nuestra vida Dios está presente, como en las parábolas de la naturaleza, del grano de mostaza, en la parábola del hijo pródigo, Lázaro y en todas las parábolas de Jesús.
En los Evangelios vemos como Jesús está interesado por todas las situaciones humanas que encuentra, se sumerge en la realidad de los hombres y mujeres de su tiempo, con una plena confianza en la ayuda del Padre. Y en verdad, en estas historias, de manera oculta, Dios está presente y si estamos atentos lo podemos descubrir. Los discípulos, que viven con Jesús, las multitudes que se reúnen, ven sus reacciones a los problemas más disparatados, ven cómo habla, cómo se comporta; ven en Él la acción del Espíritu Santo, la acción de Dios.
En Él anuncio y vida están entrelazados: Jesús actúa y enseña, siempre a partir de una relación íntima con Dios Padre. Este estilo se convierte en una indicación fundamental para nosotros los cristianos: nuestra forma de vivir en la fe y en la caridad se convierte en un hablar de Dios en el hoy, ya que muestra, con una existencia vivida en Cristo, la credibilidad y el realismo de lo que decimos con las palabras, porque no son solo palabras, sino que muestran la realidad, la verdadera realidad.
Y en esto hay que tener cuidado para saber leer los signos de los tiempos de nuestra época, es decir, identificar el potencial, los deseos, los obstáculos que se encuentran en la cultura contemporánea, en particular el deseo de autenticidad, el anhelo de trascendencia, la sensibilidad para salvaguardar la creación, y comunicar sin miedo la respuesta que ofrece la fe en Dios. El Año de la Fe es una oportunidad para descubrir, con la imaginación animada por el Espíritu Santo, nuevos caminos a nivel personal y comunitario, a fin de que en todas partes la fuerza el Evangelio sea la sabiduría de la vida y la orientación existencial.