II Domingo de Pascua (7 de abril)


Evangelio según San Juan, capítulo 20, versículos del 19 al 31

19 A la tarde de ese mismo día, el primero de la semana, y estando, por miedo a los judíos, cerradas las puertas (de) donde se encontraban los discípulos, vino Jesús y, de pie en medio de ellos, les dijo: "¡Paz a vosotros!" 20 Diciendo esto, les mostró sus manos y su costado; y los discípulos se llenaron de gozo, viendo al Señor. 21 De nuevo les dijo: "¡Paz a vosotros! Como mi Padre me envió, así Yo os envío". 22 Y dicho esto, sopló sobre ellos, y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo: 23 a quienes perdonaréis los pecados, les quedan perdonados; y a quienes se los retuviereis, quedan retenidos".

Incredulidad de Tomás

24 Ahora bien Tomás, llamado Dídimo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. 25 Por tanto le dijeron los otros: "Hemos visto al Señor". Él les dijo: "Si yo no veo en sus manos las marcas de los clavos, y no meto mi dedo en el lugar de los clavos, y no pongo mi mano en su costado, de ninguna manera creeré". 26 Ocho días después, estaban nuevamente adentro sus discípulos, y Tomás con ellos. Vino Jesús, cerradas las puertas, y, de pie en medio de ellos, dijo: "¡Paz a vosotros!" 27 Luego dijo a Tomás: "Trae acá tu dedo, mira mis manos, alarga tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente". 28 Tomás respondió y le dijo: "¡Señor mío y Dios mío!" 29 Jesús le dijo: "Porque me has visto, has creído; dichosos los que han creído sin haber visto".

30 Otros muchos milagros obró Jesús, a la vista de los discípulos, que no se encuentran escritos en este libro. 31 Pero éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Comentario

22. Recibid: Este verbo en presente ¿sería una excepción a los reiterados anuncios de que el Espíritu sólo descendería cuando Jesús se fuese? (16, 7 y nota). Pirot expresa que "Jesús sopla sobre ellos para significar el don que está a punto de hacerles". El caso es igual al de Lucas 24, 49, donde el Señor usa también el presente "yo envío" para indicar un futuro próximo, o sea el día de Pentecostés. Por lo demás esta facultad de perdonar o retener los pecados (cf. Concilio Tridentino 14, 3; Denz. 913) se contiene ya en las palabras de Mateo 18, 15 - 20, pronunciadas por Jesús antes de su muerte. Cf. Mat. 16, 19.
La institución del Sacramento de la Penitencia expresada tan claramente en estos versículos, obliga a los fieles a manifestar o confesar sus pecados en particular; de otro modo no sería posible el "perdonar" o "retener" los pecados. Cf. Mat. 18, 18; Conc. Trid. Ses. 1; cap. V. 6, can. 2 - 9.

25. La defección de Tomás recuerda las negaciones de Pedro después de sus presuntuosas promesas. Véase 11, 16, donde Dídimo (Tomás) hace alarde de invitar a sus compañeros a morir por ese Maestro a quien ahora niega el único homenaje que Él le pedía, el de la fe en su resurrección, tan claramente preanunciada por el mismo Señor y atestiguada ahora por los apóstoles.

29. El único reproche que Jesús dirige a los suyos, no obstante la ingratitud con que lo habían abandonado todos en su Pasión (Mat. 26, 56), es el de esa incredulidad altamente dolorosa para quien tantas pruebas les tenía dadas de su fidelidad y de su santidad divina, incapaz de todo engaño. Aspiremos a la bienaventuranza que aquí proclama Él en favor de los pocos que se hacen como niños, crédulos a las palabras de Dios más que a las de los hombres. Esta bienaventuranza del que cree a Dios sin exigirle pruebas, es sin duda la mayor de todas, porque es la de María Inmaculada: "Bienaventurada la que creyó". (Luc. 1, 45). Y bien se explica que sea la mayor de las bienaventuranzas, porque no hay mayor prueba de estimación hacia una persona, que el darle crédito por su sola palabra. Y tratándose de Dios, es éste el mayor honor que en nuestra impotencia podemos tributarle. Todas las bendiciones prometidas a Abrahán le vinieron de haber creído (Rom. 4, 18), y el "pecado" por antonomasia que el Espíritu Santo imputa al mundo, es el de no haberle creído a Jesús (Juan 16, 9). Esto nos explica también por qué la Virgen María vivía de fe, mediante las Palabras de Dios que continuamente meditaba en su corazón (Luc. 2, 19 y 51; 11, 28). Véase la culminación de su fe al pie de la Cruz (19, 25 ss. y notas). Es muy de notar que Jesús no se fiaba de los que creían solamente a los milagros (véase 2, 23 s.), porque la fe verdadera es, como dijimos, la que da crédito a Su palabra. A veces ansiamos quizá ver milagros, y los consideramos como un privilegio de santidad. Jesús nos muestra aquí que es mucho más dichoso y grande el creer sin haber visto.

31. Escritos para que creáis: San Lucas confirma esta importancia que tiene la Sagrada Escritura como base, fuente y confirmación de la fe. En el prólogo de su Evangelio dice al lector, que lo ha escrito "a fin de que conozcas la certeza de lo que se te ha enseñado". Véase en Hech. 17, 11 cómo los fieles de Berea confirmaban su fe con las Escrituras Sagradas.

 

Estos comentarios corresponden a la versión electrónica de la Biblia y Comentario de Mons. Juan Straubinger, cortesía de VE Multimedios