Martes 30 de abril


Evangelio según San Juan, capítulo 14, versículos del 27 al 31

27 Os dejo la paz, os doy la paz mía; no os doy Yo como da el mundo. No se turbe vuestro corazón, ni se amedrente. 28 Acabáis de oírme decir: "Me voy y volveré a vosotros". Si me amaseis, os alegraríais de que voy al Padre, porque el Padre es más grande que Yo. 29 Os lo he dicho, pues, antes que acontezca, para que cuando esto se verifique, creáis. 30 Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el príncipe del mundo. No es que tenga derecho contra Mí, 31 pero es para que el mundo conozca que Yo amo al Padre, y que obro según el mandato que me dió el Padre. Levantaos, vamos de aquí".

Comentario

28. El Padre es más grande que Yo significa que el Padre es el origen y el Hijo la derivación. Como dice S. Hilario, el Padre no es mayor que el Hijo en poder, eternidad o grandeza, sino en razón de que es principio del Hijo, a quien da la vida. Porque el Padre nada recibe de otro alguno, mas el Hijo recibe su naturaleza del Padre por eterna generación, sin que ello implique imperfección en el Hijo. De ahí la inmensa gratitud de Jesús y su constante obediencia y adoración del Padre. Un buen hijo, aunque sea adulto y tan poderoso como su padre, siempre lo mirará como a superior. Tal fue la constante característica de Jesús (4, 34; 6, 38; 12, 49 s.; 17, 25, etc.), también cuando, como Verbo eterno, era la Palabra creadora y Sabiduría del Padre (1, 2; Prov. 8, 22 ss.; Sab. 7, 26; 8, 3; Ecli. 24, 12 ss., etc.). Véase 5, 48 y nota; Mat. 24, 36; Marc. 13, 32; Hech. 1, 7; I Cor. 15, 28 y notas. El Hijo como hombre es menor que el Padre.

30. El príncipe del mundo: Satanás. Tremenda revelación que, explicándose por el triunfo originario de la serpiente sobre el hombre (cf. Sab. 2, 24 y nota), explica a su vez las condenaciones implacables que a cada paso formula el Señor sobre todo lo mundano, que en cualquier tiempo aparece tan honorable como aparecían los que condenaron a Jesús. Cf. v. 16; 7, 7; 12, 31; 15, 18 ss.; 16, 11; 17, 9 y 14; Luc. 16, 15; Rom. 12, 2; Gál. 1, 4; 6, 14; I Tim. 6, 13; Sant. 1, 27; 4, 4; I Pedr. 5, 8; I Juan 2, 15 y notas.

31. No es por cierto a Jesús a quien tiene nada que reclamar el "acusador" (Apoc. 12, 10 y nota). Pero el Padre le encomendó las "ovejas perdidas de Israel" (Mat. 10, 5 y nota), y cuando vino a lo suyo, "los suyos no lo recibieron" (1, 11), despreciando el mensaje de arrepentimiento y perdón (Marc. 1, 15) que traía "para confirmar las promesas de los patriarcas" (Rom. 15, 8). Entonces, como anunciaban misteriosamente las profecías desde Moisés (cf. Hech. 3, 22 y nota), el Buen Pastor se entregó como un cordero (10, 11), libremente (10, 17 s.), dando cuanto tenía, hasta la última gota de su Sangre, aparentemente vencido por Satanás para despojarlo de su escritura contra nosotros clavándola en la Cruz (Col. 2, 14 s.), y realizar, a costa Suya, el anhelo salvador del Padre (6, 38; Mat. 26, 42 y notas) y "no sólo por la nación sino también para congregar en uno a todos los hijos de Dios dispersos" (11, 52), viniendo a ser por su Sangre causa de eterna salud para judíos y gentiles, como enseña S. Pablo (Hech. 5, 9 s.).

 

Estos comentarios corresponden a la versión electrónica de la Biblia y Comentario de Mons. Juan Straubinger, cortesía de VE Multimedios