Jueves 25
de julio

Evangelio según San Mateo, capítulo 20, versículos del 20 al 28

Falsa ambición de los hijos de Zebedeo

20 Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a El con sus hijos, y prosternóse como para hacerle una petición. 21 El le preguntó: "¿Qué deseas?". Contestóle ella: "Ordena que estos dos hijos míos se sienten, el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu reino". 22 Mas Jesús repuso diciendo: "No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz, que Yo he de beber?" Dijéronle: "Podemos". 23 El les dijo: "Mi cáliz, sí, lo beberéis; pero el sentaros a mi derecha o a mi izquierda, no es cosa mía el darlo, sino para quienes estuviere preparado por mi Padre". 24 Cuando los diez oyeron esto, se enfadaron contra los dos hermanos. 25 Mas Jesús los llamó y dijo: "Los jefes de los pueblos, como sabéis, les hacen sentir su dominación, y los grandes su poder. 26 No será así entre vosotros, sino al contrario: entre vosotros el que quiera ser grande se hará el servidor vuestro, 27 y el que quiera ser el primero de vosotros ha de hacerse vuestro esclavo; 28 así como el Hijo del hombre vino, no para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos".

Comentario

20. Los hijos de Zebedeo, los apóstoles Juan y Santiago el Mayor. La madre se llamaba Salomé. El cáliz (v. 22) es el martirio. "Creía la mujer que Jesús reinaría inmediatamente después de la Resurrección y que El cumpliría en su primera venida lo que está prometido para la segunda" (S. Jerónimo). Cf. Hech. 1, 6 s. En realidad, ni la mujer ni los Doce podían tampoco pensar en la Resurrección, puesto que no habían entendido nada de lo que Jesús acababa de decirles en los vv. 31 ss., como se hace notar en Luc. 18, 34. Véase 18, 32 y nota.

23. No es cosa mía. Véase expresiones semejantes en Marc. 13, 32; Juan 14, 28; Hech. 1, 7 y notas. Cf. Juan 10, 30; 6, 15; 17, 10.

25. Véase Luc. 22, 25.

26. ¡No será así entre vosotros! (cf. Marc. 10, 42; Luc. 22, 25 ss.). Admirable lección de apostolado es ésta, que concuerda con la de Luc. 9, 50 (cf. la conducta de Moisés en Núm. 11, 26 - 29), y nos enseña, ante todo, que no siendo nuestra misión como la del César (23, 17) no hemos de ser intolerantes ni querer imponer la fe a la fuerza por el hecho de ser una cosa buena (cf. Cant. 3, 5; II Cor. 1, 23; 6, 3 ss.; I Tes. 2, 11; I Tim. 3, 8; II Tim. 2, 4; I Pedro, 5, 2 s.; I Cor. 4, 13, etc.), como que la semilla de la Palabra se da para que sea libremente aceptada o rechazada (Mat. 13, 3). Por eso los apóstoles, cuando no eran aceptados en un lugar, debían retirarse a otro (10, 14 s. y 12; Hech. 13, 51; 18, 6) sin empeñarse en dar "el pan a los perros" (7, 6). Pero al mismo tiempo, y sin duda sobre eso mismo, se nos enseña aquí el sublime poder del apostolado, que sin armas ni recursos humanos de ninguna especie (10, 9 s. y nota), con la sola eficacia de las Palabras de Jesús y su gracia consigue que no ciertamente todos - porque el mundo está dado al Maligno (I Juan 5, 19) y Jesús no rogó por él (Juan 17, 9) -, pero sí la tierra que libremente acepta la semilla, dé fruto al 30, al 60 y al 100 por uno (13, 23; Hech. 2, 41; 13, 48, etc.).

28. Al saber esto los que, siendo hombres miserables, tenemos quienes nos sirvan ¿no trataremos de hacérnoslo perdonar con la caridad hacia nuestros subordinados, usando ruegos en vez de órdenes y viendo en ellos, como en los pobres, la imagen envidiable del divino Sirviente? (Luc. 22, 27). Nótese que esto, y sólo esto, es el remedio contra los odios que carcomen a la sociedad. En rescate por muchos, esto es, por todos. "Muchos" se usa a veces en este sentido más amplio. Cf. 24, 12; Marc. 14, 24.


Estos comentarios corresponden a la versión electrónica de la Biblia y Comentario de Mons. Juan Straubinger, cortesía de VE Multimedios