Miércoles 17 de abril


Evangelio según San Juan, capítulo 6, versículos del 35 al 40

35 Respondióles Jesús: "Soy Yo el pan de vida; quien viene a Mí, no tendrá más hambre, y quien cree en Mí, nunca más tendrá sed. 36 Pero, os lo he dicho: a pesar de que me habéis visto, no creéis. 37 Todo lo que me da el Padre vendrá a Mí, y al que venga a Mí, no lo echaré fuera, ciertamente, 38 porque bajé del cielo para hacer no mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. 39 Ahora bien, la voluntad del que me envió, es que no pierda Yo nada de cuanto El me ha dado, sino que lo resucite en el último día. 40 Porque ésta es la voluntad del Padre: que todo aquel que contemple al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna; y Yo lo resucitaré en el último día".

Comentario

35. Aquí declara el Señor que El mismo es el "pan de vida" dado por el Padre (v. 32). Más tarde habla del pan eucarístico que dará el mismo Jesús para la vida del mundo (v. 51).

37. Sobre la iniciativa del Padre en la salvación, véase Rom. 10, 20; Denz. 200. La promesa que aquí nos hace Jesús, de no rechazar a nadie, es el más precioso aliento que puede ofrecerse a todo pecador arrepentido. Cf. en 5, 40 la queja dolorosa que Él deja escapar para los que a pesar de esto desoyen su invitación.

38. El Hijo de Dios se anonadó a Sí mismo, como ocultando su divinidad (véase Filip. 2, 7 s. y nota) y se empeñó en cumplir esa voluntad salvífica del Padre, aunque ese empeño le costase la muerte de cruz. Cf. Mat. 26, 42 y nota: Se fue de nuevo, y por segunda vez, oró así: "Padre mío, si no puede esto pasar sin que Yo lo beba, hágase la voluntad tuya".
Esto es: quiero que tu voluntad de salvar a los hombres, para lo cual me enviaste (Juan 6, 38 - 40), se cumpla sin reparar en lo que a Mí me cueste. Ya que ellos no aceptaron mi mensaje de perdón (Marc. 1, 15; Juan, 1, 11; Mat. 16, 20 y nota), muera el Pastor por las ovejas (Juan 10, 11 y nota). Aquí se ve la libre entrega de Jesús como víctima "en manos de los hombres" (17, 12 y 22) para que no se malograse aquella voluntad salvífica del Padre. ¿Acaso no le habría Este mandado al punto más de doce legiones de ángeles? (v. 53). "Esta voz de la Cabeza es para salud de todo el cuerpo porque es ella la que ha instruido a los fieles, inflamado a los confesores, coronado a los mártires" S. León.

39. Lo resucité: "Para saber si amamos y apreciamos el dogma de la resurrección - dice un autor - podemos preguntarnos qué pensaríamos si Dios nos dijese ahora que el castigo del pecado, en vez del infierno eterno, sería simplemente el volver a la nada, es decir, quedarnos sin resurrección del cuerpo ni inmortalidad del alma, de modo que todo se acabara con la muerte. Si ante semejante noticia sintiéramos una impresión de alivio y comodidad, querría decir simplemente que envidiamos el destino de los animales, esto es, que nuestra fe está muerta en su raíz, aunque perduren de ella ciertas manifestaciones exteriores. Mucho me temo que fuese aterrador el resultado de una encuesta que sobre esto se hiciese entre los que hoy se llaman cristianos". Véase lo que a este respecto profetiza el mismo Jesús en Lucas, 18, 8: "Yo os digo que ejercerá la venganza de ellos prontamente. Pero el Hijo del hombre, cuando vuelva, ¿hallará por ventura la fe sobre la tierra?". ¿Hallará la fe sobre la tierra?. Obliga a una detenida meditación este impresionante anuncio que hace Cristo, no obstante haber prometido su asistencia a la Iglesia hasta la consumación del siglo. Es el gran misterio que S. Pablo llama de iniquidad y de apostasía (II Tes. 2) y que el mismo Señor describe muchas veces, principalmente en su gran discurso escatológico. Cf. Mat. 13, 24, 33, 47 ss.

40. He aquí el plan divino: Jesús, el Mediador, es el único camino para ir al Padre. Es decir que, viéndolo y estudiándolo a El, hemos de creer en el Padre (5, 24), del cual Cristo es espejo perfectísimo (14, 9; Hebr. 1, 3). Sólo ese Hijo puede darnos exacta noticia del Padre, porque sólo El lo vio (1, 18; 3, 32; 6, 46), y la gloria del Padre consiste en que creamos a ese testimonio que el Hijo da de El (v. 29), a fin de que toda glorificación del Padre proceda del Hijo (14, 13). Véase atentamente 12, 42 - 49.

 

Estos comentarios corresponden a la versión electrónica de la Biblia y Comentario de Mons. Juan Straubinger, cortesía de VE Multimedios