Jueves 14
de marzo

Evangelio según San Juan, capítulo 5, versículos del 31 al 47

31 Si Yo doy testimonio de Mí mismo, mi testimonio no es verdadero. 32 Pero otro es el que da testimonio de Mí, y sé que el testimonio que da acerca de Mí es verdadero. 33 Vosotros enviasteis legados a Juan, y él dio testimonio a la verdad. 34 Pero no es que de un hombre reciba Yo testimonio, sino que digo esto para vuestra salvación. 35 Él era antorcha que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis regocijaros un momento a su luz. 36 Pero el testimonio que Yo tengo es mayor que el de Juan, porque las obras que el Padre me ha dado para llevar a cabo, y que precisamente Yo realizo, dan testimonio de Mí, que es el Padre quien me ha enviado. 37 El Padre que me envió, dio testimonio de Mí. Y vosotros ni habéis jamás oído su voz, ni visto su semblante, 38 ni tampoco tenéis su palabra morando en vosotros, puesto que no creéis a quien El envió. 39 Escudriñad las Escrituras, ya que pensáis tener en ellas la vida eterna: son ellas las que dan testimonio de Mí, 40 ¡y vosotros no queréis venir a Mí para tener vida! 41Gloria de los hombres no recibo, 42 sino que os conozco (y sé) que no tenéis en vosotros el amor de Dios. 43Yo he venido en el nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, ¡a ése lo recibiréis! 44 ¿Cómo podéis vosotros creer, si admitís alabanza los unos de los otros, y la gloria que viene del único Dios no la buscáis? 45 No penséis que soy Yo quien os va a acusar delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quien habéis puesto vuestra esperanza. 46 Si creyeseis a Moisés, me creeríais también a Mí, pues de Mí escribió Él. 47 Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?".

Comentario

31. Vale la pena detenerse en comprender bien lo que sigue, pues en ello está toda la "apologética" del Evangelio, o sea los testimonios que invocó el mismo Jesucristo para probar la verdad de su misión. El "Otro" (v. 32) es el Padre.

33. Este fue enviado (1, 6 ss.), como último profeta del Antiguo Testamento (Mat. 11, 13) para dar testimonio del Mesías a Israel (1, 15; 3, 26 - 36; Mat. 3, 1 ss.; Marc. 1, 12 ss.; Luc. 3, 13 ss.).

34. Con ser Juan tan privilegiado (Mat. 11, 11), el Señor quiere mostrarnos aquí que el Precursor no era sino un momentáneo reflejo de la luz (1, 8). Vemos aquí una vez más que no hemos de poner de un modo permanente nuestra admiración en hombre alguno ni someter el testimonio de Dios al de los hombres sino a la inversa (cf. Hech. 4, 19; 5, 29; 17, 11). Por donde se ve que es pobre argumento para Jesús el citar a muchos hombres célebres que hayan creído en El. Porque si eso nos moviera, querría decir que atendíamos más a la autoridad de aquellos hombres que a los testimonios ofrecidos por el mismo Jesús. Cf. v. 36 ss.

36. He aquí el gran testimonio del Hijo: su propio Padre que lo envió y que lo acreditó de mil maneras. Vemos así como el Evangelio se defiende a sí mismo, pues en él hallamos las credenciales que el Padre nos ofrece sobre Jesús, con palabras que tienen virtud sobrenatural para dar la fe a toda alma que no la escuche con doblez. Véase 4, 48; 7, 17; S. 92, 5. Este pasaje condena todo esfuerzo teosófico. San Juan nos dice que nadie vio nunca a Dios, y que fue su Hijo quien lo dio a conocer (1, 18), de modo que en vano buscaría el hombre el trato con Dios si El no hubiese tomado la iniciativa de darse a conocer al hombre mediante la Palabra revelada de sus profetas y de su propio Hijo. Véase 7, 17 y nota: "Si alguno quiere cumplir Su voluntad, conocerá si esta doctrina viene de Dios, o si Yo hablo por mi propia cuenta".
Procedimiento infalible para llegar a tener fe: Jesús promete la luz a todo aquel que busca la verdad para conformar a ella su vida (I Juan 1, 5 - 7). Está aquí, pues, toda la apologética de Jesús. El que con rectitud escuche la Palabra divina, no podrá resistirle, porque "jamás hombre alguno habló como Este" (v. 46). El ánimo doble, en cambio, en vano intentará buscar la Verdad divina en otras fuentes, pues su falta de rectitud cierra la entrada al Espíritu Santo, único que puede hacernos penetrar en el misterio de Dios (I Cor. 2, 10 ss.). De ahí que, como lo enseña S. Pablo y lo declaró Pío X en el juramento antimodernista, basta la observación de la naturaleza para conocer la existencia del Creador eterno, su omnipotencia y su divinidad (Rom. 1, 20); pero la fe no es ese conocimiento natural de Dios, sino el conocimiento sobrenatural que viene de la adhesión prestada a la verdad de la palabra revelada, "a causa de la autoridad de Dios sumamente veraz" (Denz. 2145). Hebr. 1, 1 ss.

39. Véase v. 46. Con esto recomienda el Señor mismo, como otro testimonio, la lectura de los libros del Antiguo Testamento. Quien los rechaza no conoce las luces que nos dieron los Profetas sobre Cristo. "En el Antiguo Testamento está escondido el Nuevo, y en el Nuevo se manifiesta el Antiguo" (S. Agustín). "Los libros del Antiguo Testamento son palabra de Dios y parte orgánica de su revelación" (Pío XI).

41. No recibo, esto es (como en el v. 34): no os digo esto porque tenga nada que ganar con vuestra adhesión, sino que os desenmascaro porque conozco bien vuestra hipocresía.

42. No tenéis en vosotros el amor de Dios. Es decir, que, como observa S. Ireneo, el amor acerca a Dios más que la pretendida sabiduría y experiencia, las cuales son compatibles (como aquí vemos) con la blasfemia y la enemistad con Dios.

43. La historia rebosa de comprobaciones de esta dolorosa realidad. Los falsos profetas se anuncian a sí mismos y son admirados sin más credenciales que su propia suficiencia. Los discípulos de Jesús, que hablan en nombre de El, son escuchados por pocos, como pocos fueron los que escucharon a Jesús, el enviado del Padre.
Véase Mat. 7, 15 y nota: "Guardaos de los falsos profetas, los cuales vienen a vosotros disfrazados de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces". Jesús, como buen Pastor (Juan 10, 1 - 29), nos previene aquí bondadosamente contra los lobos robadores, cuya peligrosidad estriba principalmente en que no se presentan como antirreligiosos, sino al contrario "con piel de oveja", es decir, "con apariencia de piedad" (II Tim. 3, 5) y disfrazados de servidores de Cristo (II Cor. 11, 12 ss.). Cf. Luc. 6, 26; 20, 45; Juan 5, 43; 7, 18; 21, 15; Hech. 20, 29; I Juan 2, 19; Rom. 15, 17 s., etc. Para ello nos habilita a fin de reconocerlos, pues sin ello no podríamos aprovechar de su advertencia. Cf. Juan 7, 17; 10, 4, 8 y 14.
Suele verse aquí una profecía de la aceptación que tendrá el Anticristo como falso Mesías. Cf. Apoc. 13.

44. Es impresionante la severidad con que Jesús niega aquí la fe de los que buscan gloria humana. Cf. 3, 30; Luc. 6, 26; Gál. 1, 10; S. 52, 6.

46. De Mí escribió él: "En cuanto al Salvador del género humano, nada existe sobre El tan fecundo y tan expresivo como los textos que encontramos en toda la Biblia, y San Jerónimo tuvo razón de afirmar que "ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo" (León XIII, Enc. "Providentissimus Deus"). Esta notable cita de San Jerónimo se encuentra repetida por Benedicto XV en la Encíclica "Spiritus Paraclitus" y también por Pío XII en la Encíclica "Divino Afflante Spiritu". No podemos, pues, mirarla como una simple referencia literaria sino que hemos de meditar toda su gravedad. ¿Acaso pretendería alguien salvarse sin conocer al Salvador?" ¿Cómo creeréis a mis palabras? Argumento igual al del v. 44 y que se aplica con mayor razón aun a los que ignoran voluntariamente las propias palabras de Cristo.
Cf. 12, 48 y nota: "El que me rechaza y no acepta mi palabra, ya tiene quien lo juzgará: la palabra que Yo he hablado, ella será la que lo condenará, en el último día". Según esto, el no querer escuchar la Palabra de Cristo es peor que, después de haberla escuchado, no cumplirla. Confirma así el v. 46.

Estos comentarios corresponden a la versión electrónica de la Biblia y Comentario de Mons. Juan Straubinger, cortesía de VE Multimedios