Y acercándose a su Hijo, las únicas palabras que le escuchamos decir: «no tienen vino» (Jn 2,3). Y así María anda por nuestros poblados, calles, plazas, casas, hospitales. María es la Virgen de la Tirana; la Virgen Ayquina en Calama; la Virgen de las Peñas en Arica, que anda por todos nuestros entuertos familiares, esos que parecen ahogarnos el corazón para acercarse al oído de Jesús y decirle: mira, «no tienen vino».
Y luego no se queda callada, se acerca a los que servían en la fiesta y les dice: «Hagan todo lo que Él les diga» (Jn 2,5). María, mujer de pocas palabras, pero bien concretas, también se acerca a cada uno de nosotros a decirnos tan solo: «Hagan todo lo que Él les diga».
Y de este modo se desata el primer milagro de Jesús: hacer sentir a sus amigos que ellos también son parte del milagro. Porque Cristo «vino a este mundo no para hacer una obra solo, sino con nosotros, el milagro lo hace con nosotros, con todos nosotros, para ser la cabeza de un cuerpo cuyas células vivas somos nosotros, libres y activas, así hace el milagro Jesús con nosotros».[2]
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