Las bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del cristiano. Entre todas ellas, quisiera destacar una: «Bienaventurados los mansos». Jesús dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad, como hicieron hijos e hijas de esta tierra, entre ellos santa María Elisabeth Hesselblad, recientemente canonizada, y santa Brígida, Brigitta Vadstena, copatrona de Europa. Ellas rezaron y trabajaron para estrechar lazos de unidad y comunión entre los cristianos. Un signo muy elocuente es el que sea aquí, en su País, caracterizado por la convivencia entre poblaciones muy diversas, donde estemos conmemorando conjuntamente el quinto centenario de la Reforma. Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios.
Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual: Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos... Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida.
Queridos hermanos y hermanas, la llamada a la santidad es para todos y hay que recibirla del Señor con espíritu de fe. Los santos nos alientan con su vida e intercesión ante Dios, y nosotros nos necesitamos unos a otros para hacernos santos. Juntos pidamos la gracia de acoger con alegría esta llamada y trabajar unidos para llevarla a plenitud. A nuestra Madre del cielo, Reina de todos los Santos, le encomendamos nuestras intenciones y el diálogo en busca de la plena comunión de todos los cristianos, para que seamos bendecidos en nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en la unidad.