Dios nunca nos abandona: cada vez que lo necesitamos vendrá uno de sus ángeles a levantarnos e infundir consuelo. "Ángeles" a veces con un rostro y un corazón humano, porque los santos de Dios están siempre aquí, escondidos entre nosotros. Es difícil de entender y también de imaginar, pero los santos están presentes en nuestra vida. Y cuando alguno invoca a un santo o a una santa es precisamente porque está cerca de nosotros.
También los sacerdotes conservan el recuerdo de una invocación de los santos pronunciada sobre ellos. Es uno de los momentos más emotivos de la liturgia de la ordenación. Los candidatos se tienden en el suelo, rostro a tierra. Y toda la asamblea, guiada por el obispo, invoca la intercesión de los santos.
Un hombre quedaría aplastado bajo el peso de la misión que se le confía, pero cuando escucha que todo el paraíso está detrás de él, que la gracia de Dios no fallará porque Jesús permanece siempre fiel, entonces puede partir sereno y aliviado. No estamos solos.
Y ¿qué somos nosotros? Somos polvo que aspira al cielo. Débiles nuestras fuerzas, pero fuerte el misterio de la gracia que está presente en la vida de los cristianos. Somos fieles a esta tierra que Jesús amó en cada momento de su vida, pero sabemos y queremos esperar en la transfiguración del mundo, en su cumplimiento definitivo donde finalmente no habrá lágrimas, maldad y sufrimiento.