Antes que nada María custodia, es decir no se dispersa. No rechaza lo que sucede, Conserva en el corazón cada cosa, todo lo que ha visto y oído. Las cosas bellas, como lo que le había dicho el ángel y lo que le había contado los pastores.
Pero también las cosas difíciles de aceptar: el peligro de estar embarazada antes del matrimonio y la angustia desoladora del establo donde ha parido. Esto hace María: no selecciona sino que custodia. Acoge la realidad como viene, no intenta camuflar ni cambiar la vida, sino que custodia en el corazón.
Y luego la segunda actitud. ¿Cómo custodia María? Custodia meditando. El verbo empleado en el Evangelio evoca la relación entre las cosas: María confronta experiencias distintas, encontrando los hilos escondidos que las unen. En su corazón, en su oración cumple esta operación extraordinaria: relaciona las cosas bellas y aquellas feas, no las separa sino que las une. Y por esto María es la Madre de la catolicidad.
Podemos, forzando el lenguaje, decir que por esto María es católica, porque une, no separa. Y así aferra el sentido pleno, la perspectiva de Dios. En su corazón de madre comprende que la gloria del Altísimo para por la humildad: acoge el designio de la salvación por el cual Dios debía estar en un pesebre.