"Debemos cuidarnos de un triste signo de la 'globalización de la indiferencia, que nos va 'acostumbrando' lentamente al sufrimiento de los otros, como si fuera algo normal', o peor aún, a resignarnos ante las formas extremas y escandalosas de 'descarte' y de exclusión social, como son las nuevas formas de esclavitud, el tráfico de personas, el trabajo forzado, la prostitución, el tráfico de órganos".
Tras recordar el drama de los migrantes que huyen de sus lugares de origen en busca de un futuro mejor, y las peligrosas condiciones en las que suelen hacer estos viajes, el Papa resaltó que "son muchas vidas, son muchas historias, son muchos sueños que naufragan en nuestro presente. No podemos permanecer indiferentes ante esto. No tenemos derecho".
El Santo Padre se refirió luego al desafío de la urbanización y las diversas problemáticas que se generan en las grandes ciudades como la violencia, el narcotráfico, el desarraigo, entre otros: "quiero expresar mi aliento a cuantos, a nivel local e internacional, trabajan para asegurar que el proceso de urbanización se convierta en un instrumento eficaz para el desarrollo y la integración, a fin de garantizar a todos, y en especial a las personas que viven en barrios marginales, condiciones de vida dignas, garantizando los derechos básicos a la tierra, al techo y al trabajo".
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