No compartir con los pobres es robarles y quitarles la vida, dice el Papa Francisco

No compartir con los pobres es robarles y quitarles la vida, dice el Papa Francisco

El Papa Francisco dijo esta mañana que no compartir los propios bienes con los pobres es robarles y quitarles la vida, y explicó que gran crisis financiera mundial se debe al rechazo de Dios que resulta "peligroso" para los ricos porque les recuerda constantemente su deber de solidaridad y de volver a la ética.

El Santo Padre hizo estas afirmaciones en su discurso a los nuevos embajadores ante la Santa Sede de Kirguizistán, Bolot Iskovich Otunbaev; de Antigua y Barbuda, David Shoul; de Luxemburgo, Jean-Paul Senninger y de Botswana, Lameck Nthekela.

El Papa dijo que "la humanidad vive en este momento como una curvatura de su historia, teniendo en cuenta los avances en diversas áreas. Hemos de alabar los resultados positivos que contribuyen al verdadero bien del ser humano, por ejemplo en los campos de la salud, la educación y la comunicación. Sin embargo, también hay que reconocer que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo siguen viviendo en una precariedad diaria, con consecuencias desastrosas".

"Algunas patologías aumentan con sus consecuencias psicológicas; el miedo y la desesperación se adueñan del corazón de muchas personas, incluso en los llamados países ricos; la alegría de vivir disminuye; la indecencia y la violencia van en aumento, la pobreza se hace más evidente. Hay que luchar para vivir y, con frecuencia, para vivir de una forma que no es digna".

"Una de las causas de esta situación, en mi opinión, radica en la relación que tenemos con el dinero, en aceptar su dominio sobre nosotros y nuestras sociedades. Así, la crisis financiera que estamos atravesando nos hace olvidar su origen primero, situado en una profunda crisis antropológica. ¡En la negación de la primacía del hombre! Hemos creado nuevos ídolos".

El Santo Padre explicó luego que "el antiguo culto al becerro de oro ha encontrado una imagen nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin rostro ni objetivo verdaderamente humano".

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"La crisis global que afecta a las finanzas y la economía parece poner de relieve sus deformidades y, especialmente, la grave carencia de su perspectiva antropológica, que reduce al hombre solamente a una de sus exigencias: el consumo. Y lo que es peor, el mismo ser humano es considerado hoy como un producto que se puede usar y luego tirar".

Francisco denunció además que "hemos puesto en marcha la cultura del deshecho. Esta deriva atañe al nivel individual y social, ¡y se favorece! En este contexto, la solidaridad, que es la riqueza de los pobres, a menudo se considera contraproducente, en contra de la racionalidad económica y financiera. Mientras el rédito de una minoría crece de manera exponencial, el de la mayoría se debilita. Este desequilibrio se deriva de las ideologías que promueven la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, negando así a los Estados el derecho de controlar, aunque éstos sean los encargados del bien común".

"Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral y sin remedio posible sus leyes y sus reglas. Además, la deuda y el crédito alejan a los países de su economía real y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A esto hay que añadir, una corrupción tentacular y una evasión fiscal egoísta que han asumido proporciones mundiales. La voluntad de poder y posesión ha pasado a ser ilimitada".

El Pontífice señaló que "detrás de esta actitud se encuentra el rechazo de la ética, el rechazo de Dios. ¡La ética, al igual que la solidaridad, molesta! Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder; se la ve como una amenaza, porque rechaza la manipulación y la sumisión de la persona". "Porque la ética lleva a Dios, que está más allá de las categorías del mercado. Dios es considerado por estos financieros, economistas y políticos, como algo incontrolable. Dios incontrolable, incluso peligroso, porque llama al hombre a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud".

"La ética -una ética naturalmente no ideológica -permite, en mi opinión- crear un equilibrio y un orden social más humanos. En este sentido, animo a los expertos financieros y a los líderes gubernamentales de vuestros países a considerar las palabras de San Juan Crisóstomo: 'No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son los nuestros, los bienes que poseemos; son los suyos'".

El Papa afirmó que "sería deseable llevar a cabo una reforma financiera que sea ética y produzca, a su vez, una reforma económica saludable para todos. Sin embargo, esto requeriría un cambio audaz de actitud de los dirigentes políticos. Les exhorto a que se enfrenten a este reto con determinación y visión de futuro, teniendo en cuenta, por supuesto, la naturaleza específica de sus contextos".

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"¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero el Papa tiene la obligación, en el nombre de Cristo, de recordar al rico que debe ayudar al pobre, respetarlo, promoverlo. El Papa exhorta a la solidaridad desinteresada y a un retorno de la ética en favor del hombre en la realidad económica y financiera".

Francisco recordó asimismo que "la Iglesia, por su parte trabaja siempre para el desarrollo integral de cada persona. En este sentido, señala que el bien común no debe ser un simple añadido, un simple esquema conceptual de calidad inferior añadido a la agenda política".

"La Iglesia anima a los gobernantes a estar verdaderamente al servicio del bien común de sus pueblos. Exhorta a los administradores de las realidades financieras a tomar en consideración la ética y la solidaridad. Y ¿por qué no acudir a Dios para inspirar sus propios diseños? Se crearía entonces una nueva mentalidad política y económica que contribuiría a transformar la dicotomía absoluta entre la esfera económica y la social en una sana convivencia".

Para concluir el Santo Padre saludó, a través de los embajadores a las comunidades católicas de sus respectivos países, animándolas a "continuar su testimonio valiente y gozoso de la fe y el amor fraternal enseñados por Cristo. ¡No tengan miedo de ofrecer su contribución al desarrollo de sus países a través de iniciativas y actitudes inspiradas en las Sagradas Escrituras!".

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