Después de 23 años de matrimonio, Matilde quedó viuda en 936 y decidió desprenderse de todas sus joyas y brillantes como gesto espiritual y de ofrecimiento a Dios por el alma de su esposo fallecido.
Otón I, su hijo, en calidad de sucesor de Enrique I, fue declarado emperador. Sin embargo, cuando todo presagiaba una sucesión pacífica, Otón acusó a Matilde de haberse puesto de lado de su hermano menor Enrique, quien se había rebelado contra su ascensión al trono imperial. Otón, entonces, ordenó la expulsión de su propia madre del palacio real. Matilde, después de tan trágico suceso, fue acogida en un monasterio. Allí permaneció por algún tiempo, rezando y trabajando como una monja más, rogándole al Señor por la reconciliación de sus hijos.
Cuando la reconciliación llegó, Matilde fue repuesta en palacio, pero no pasaría mucho tiempo y sería acusada nuevamente. Esta vez, la imputación venía de parte de sus dos hijos -otrora enemigos- quienes la acusaban de haber escondido parte del tesoro familiar con el propósito de repartirlo entre los pobres. Esta fue otra dura prueba para la santa, quien no cesó pidiéndole paciencia y misericordia a Dios con los suyos.
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