Su celo pastoral le acarreó calumnias, críticas malintencionadas e incomprensiones. Se hizo de enemigos “externos”, pero también de inesperados enemigos “internos”, puesto que muchos católicos querían evitar el imperio de la disciplina espiritual y las exigencias propias de la caridad.
De esta forma, se convirtió en blanco de una serie de conspiraciones para defenestrarlo, e incluso asesinarlo.
El santo, en respuesta al peligro inminente sobre su vida, declaró: “Estoy pronto a morir por la sagrada unión, por la supremacía de San Pedro y del Romano Pontífice". El 12 de noviembre de 1623, al grito de “¡Muerte al papista!”, San Josafat fue atacado por la turba extremista ortodoxa y luego asesinado -cayó atravesado por una lanza-.
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