En Sault Ste. Marie, el día de Navidad, Santa Catalina (Kateri) hizo su Primera Comunión y prometió solemnemente a Dios permanecer virgen por el resto de su vida. Así, consagrada a Dios, se dedicó a la vida de oración y la práctica de la virtud. Se hizo misionera, evangelizadora de sus coetáneos, al mismo tiempo que en su más ferviente defensora. Acompañada por la guía espiritual de algunos miembros de la Compañía de Jesús, Catalina hacía crecer su amor a Cristo, presente en la Eucaristía; un amor que revertía en el servicio a sus hermanos.
Santa Catalina partió a la Casa del Padre el 17 de abril de 1680, en los días de Semana Santa de aquel año. Al momento de su muerte tenía tan solo 24 años; y sus últimas palabras fueron: “¡Jesús, te amo!”.
Tras su muerte se produjeron numerosas conversiones entre los suyos, al punto que su tumba en Caughnawaga -lugar donde murió- se transformó en destino para los peregrinos, la mayoría de ellos nativos. En 1884, el P. Clarence Walworth mandó erigir un monumento al lado de su sepultura.
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