En la vida cotidiana, Gertrudis era testimonio de caridad y benevolencia, una mujer muy sencilla y generosa, habituada a la comunión frecuente y a pedir constantemente la intercesión de San José. Dios le concedió enormes gracias, como haber tenido dos visiones particularísimas a lo largo de su vida, en las que Jesucristo, Nuestro Señor, dejó que ella pudiese reclinar la cabeza sobre su pecho y oír los latidos de su corazón divino.
Otras muchas revelaciones particulares tuvo la santa. En una ocasión se le apareció el apóstol San Juan, el discípulo amado, a quien Gertrudis preguntó por qué, habiendo sido el primero en recostar la cabeza sobre el pecho del Señor en la Última Cena, no había escrito nada sobre el Corazón de Jesús.
El evangelista le respondió que la revelación del Sagrado Corazón de Jesús estaba reservada para tiempos posteriores, cuando el corazón del mundo se haya enfriado de tal forma que necesite ser reavivado por el amor divino.