En medio de esta dolorosa división, "que no se da siempre como la he descrito pero que tampoco se puede negar que existe, el Papa Benedicto XVI quiso proponer un camino de solución, en lo que atañe a la liturgia: facilitar la celebración legítima (siempre fue y es válida) de la Misa anterior a la reforma del Vaticano II (es decir, el Novus Ordo), de modo que se lograran dos cosas: que los tradicionalistas pudieran ver la mano extendida de la Iglesia que les acoge; y a la vez, que el latín, y en general la liturgia más tradicional, fueran parte viva de muchas comunidades católicas".
"Según la apreciación del Papa Francisco, que yo comparto, este intento no produjo el fruto deseado. Más bien fue favoreciendo la conformación de un número no pequeño de comunidades bastante aisladas del resto de la Iglesia ".
En opinión de Fray Nelson Medina, estos grupos pueden caracterizarse por una o varias de las siguientes características: "Escepticismo o expreso rechazo al conjunto del Concilio Vaticano II, difusión de la idea de que la 'auténtica' liturgia es solamente la que se celebra en latín y según el modo anterior al Vaticano II; menosprecio, indiferencia o desconfianza hacia toda investigación teológica o iniciativa pastoral que pertenezca a este último periodo de la Iglesia, es decir de 1965 en adelante; y una actitud bastante frecuente de arrogancia o superioridad en línea con la idea de que 'nosotros sí' conocemos la doctrina, somos fieles a ella y celebramos la fe como se debe".
Lo que siguió de este balance "hecho por el Papa Francisco fue el duro documento Traditionis Custodes (TC), que en la práctica limita, casi hasta el punto de la asfixia, las posibilidades de celebrar la fe católica según el uso anterior al Concilio. A la vez, y como consecuencia lógica, toma una actitud de distancia y casi diríamos de rechazo hacia la lengua latina".