"Toda persona es observada con benevolencia, como hace Dios, que tiende su mano misericordiosa a todos, independientemente de su fe y de su proveniencia, y que se toma cuidado de cuantos tienen más necesidad de Él: pobres, enfermos, marginados, indefensos".
El Pontífice señaló que "donde la vida está en peligro, estamos llamados a protegerla siempre".
"Ni la violencia, ni la muerte tendrán nunca la última palabra ante Dios, que es el Dios del amor y de la vida".
Entonces, pidió orar "con insistencia" para que "nos ayude a practicar en Europa, en Tierra Santa, en Oriente Medio, en África y en cada lugar del mundo la lógica de la paz, de la reconciliación, del perdón, de la vida".
"El pueblo judío, en su historia, ha tenido que experimentar la violencia y la persecución, hasta el exterminio de los hebreos europeos durante la Shoa (holocausto)". "Seis millones de personas, solo porque pertenecen al pueblo hebreo, han sido víctimas de la más deshumana barbarie, perpetrada en nombre de una ideología que quería sustituir a Dios por el hombre".
El Santo Padre recordó entonces a los mil judíos de Roma que el 16 de octubre de 1943 fueron llevados a Auschwitz, uno de los principales campos de concentración nazi.
"El pasado nos debe servir como lección para el presente y para el futuro". Por ello, "la Shoah nos enseña que se debe tener siempre la máxima vigilancia, para poder intervenir de forma tempestiva en defensa de la dignidad humana y de la paz".
El Pontífice expresó "mi cercanía a cada testigo de la Shoah que todavía vive, y dirijo mi particular saludo a aquellos que están hoy aquí presentes".
"Oremos juntos al Señor para que conduzca nuestro camino hacia un futuro bueno, mejor". "Dios tiene para nosotros proyectos de salvación", subrayó para despedirse después: "Que el Señor les bendiga y les proteja, haga resplandecer su rostro en nosotros y nos done su gracia. Que dirija sobre nosotros su rostro y nos conceda la paz".
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