Hay una gran ternura en la experiencia del amor de Dios. Y es bonito pensar que el primero que transmite a Jesús esta realidad haya sido precisamente José. De hecho, las cosas de Dios nos alcanzan siempre a través de la mediación de experiencias humanas. Hace un tiempo, no me acuerdo si les he contado esto, un grupo de jóvenes que hace teatro, un grupo de jóvenes pop, adelante, les impactó esta parábola del Padre misericordioso, y decidieron hacer una obra de teatro pop con este argumento, con esta historia, y lo hicieron bien, y todo el argumento concluye con un amigo que escucha al hijo que se había alejado del padre que quería volver a casa, pero tenía miedo que el papá lo corriera, que lo castigara, y el amigo le dijo en esa obra pop, envía un mensajero y di que quieres volver a casa y que si el papá lo recibirá coloque un pañuelo en la ventana que tú podrás ver cuando inicias el camino final. Así fue hecha. Y la obra con cantos, bailes, continúa. Y cuando inicia el camino final ve la casa llena de pañuelos blancos, llena, no uno, todas las ventanas, tres, cuatro por ventana. Así es la misericordia de Dios, no se asusta de nuestro pasado, de nuestras cosas feas, no, solo se asusta del cierre. Así. Todos tenemos cuentas por resolver, pero realizar las cuentas con Dios es una casa hermosa, porque nosotros comenzamos a hablar y Él nos abraza, la ternura.
Entonces podemos preguntarnos si nosotros mismos hemos experimentado esta ternura, y si a su vez nos hemos convertido en testigos de ella. Pensemos. De hecho, la ternura no es en primer lugar una cuestión emotiva o sentimental: es la experiencia de sentirse amados y de sentirse acogidos precisamente en nuestra pobreza y en nuestra miseria, y por tanto transformados por el amor de Dios.
Dios no confía solo en nuestros talentos, sino también en nuestra debilidad redimida. Nuestra debilidad está redimida y Él se confía en eso. Esto, por ejemplo, lleva a San Pablo a decir que también hay un proyecto sobre su fragilidad. Así, de hecho, escribe a la comunidad de Corinto: «Para que no me engreía con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea [...]. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero eÉl me dijo: "Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza"» (2 Cor 12,7-9). El Señor no nos quita todas las debilidades, nos ayuda a caminar con las debilidades, Él llevándonos de la mano. ¿Pero cómo puede ser? Sí. Nos lleva de la mano con nuestras debilidades, nosotros con nuestras debilidades. Cercano a nosotros y esto es ternura.