Jesús le dice: "Vete, tu fe te ha salvado" (v. 52). Reconoce a ese hombre pobre, inerme y despreciado todo el poder de su fe, que atrae la misericordia y el poder de Dios. La fe es tener las dos manos levantadas, una voz que clama para implorar el don de la salvación.
El Catecismo afirma que "la humildad es la base de la oración" (Catecismo de la Iglesia Católica, 2559). La oración nace de la tierra, del humus -del que deriva "humilde", "humildad"-; viene de nuestro estado de precariedad, de nuestra constante sed de Dios (cf. ibid., 2560-2561).
La fe, como hemos visto en Bartimeo, es un grito; la no fe es sofocar ese grito. Esa actitud que tenía la gente para que se callara: no era gente de fe, en cambio, él si. Sofocar ese grito es una especie de "ley del silencio".
La fe es una protesta contra una condición dolorosa de la cual no entendemos la razón; la no fe es limitarse a sufrir una situación a la cual nos hemos adaptado. La fe es la esperanza de ser salvado; la no fe es acostumbrarse al mal que nos oprime y seguir así.