"Y aquí, otra vez hubo testimonios y ejemplos que nos ayudaron a dar el sí definitivo", aseguran. Y recuerdan que conocieron a una familia que también habían adoptado a dos niños con Síndrome de Down y les explicaron que "no sabemos qué pasará el día de mañana, pero sabemos que Dios nos ha llamado a ser, hoy, padres de nuestros hijos y a quererles como Él nos ha querido a nosotros".
"Al igual que con su hermano, otra vez nos emocionamos al recordar el momento en que, conforme subíamos las escaleras de la casa, oímos que su madre de acogida le gritaba: "Ya están aquí tus papás". Una niña preciosa nos miraba como sorprendida. Su madre de acogida la puso en brazos de su madre de adopción… Y otra vez las lágrimas afloraron a nuestros ojos. Acabábamos de conocer a nuestra hija…"
Según explican, "nuestra hija, al igual que su hermano, es pura vida. Y la amamos tal como es. Ha sido un auténtico regalo para nosotros tres. Como dice nuestro hijo con su lengua de trapo, 'somos una familia guay'".
"¿Merece la pena tener o adoptar a un niño con síndrome de Down? Nuestra respuesta es: sin duda alguna", "también hay momentos de desaliento y cansancio, porque no se ven progresos o porque éstos van muy despacio o porque piensas que no estás haciendo lo suficiente como padres. Pero nosotros tenemos el convencimiento de que el ser humano es feliz cuando ama. Y de que el verdadero amor se manifiesta y se demuestra en la «entrega» al otro. Y ese amor, que incluye el sacrificio, es lo que da la felicidad. Nosotros vemos que nuestros hijos son felices. Y nosotros lo somos con ellos porque ese era y es nuestro objetivo: que sean felices", aseguran.