Presentamos a continuación el texto completo de la homilía de la Misa del día de Navidad que el Papa ha celebrado en la Basílica de San Pedro para conmemorar el nacimiento de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre.
Queridos hermanos y hermanas:
«Prorrumpan en gritos de alegría» (Is 52,9), clama el mensajero de paz a quienes encuentra entre las ruinas de una ciudad que debe ser totalmente reconstruida. Sus pies, aun llenos de polvo y heridos, son hermosos —escribe el profeta (cf. Is 52,7)— porque, a través de caminos largos y difíciles, han llevado un anuncio gozoso, en el que ahora todo renace. ¡Es un nuevo día! También nosotros participamos en este momento decisivo, en el que pareciera que aún nadie cree: la paz existe y está ya en medio de nosotros.
«Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo» (Jn 14,27); así habló Jesús a sus discípulos —a los que poco tiempo antes había lavado los pies—, mensajeros de paz que desde ese momento deberían correr por el mundo, sin cansarse, para revelar a todos el «poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,12). Hoy, por tanto, no sólo nos sorprende la paz que ya hay aquí, sino que celebramos cómo nos ha sido dado este don. En el cómo, en efecto, brilla la diferencia divina que nos hace prorrumpir en cantos de alegría. Así, en todo el mundo, la Navidad es una fiesta de música y de cantos por excelencia.
También el prólogo del cuarto Evangelio es un himno y tiene por protagonista al Verbo de Dios. El “verbo” es una palabra que indica acción. Esta es una característica de la Palabra de Dios: nunca queda sin efecto. Si nos fijamos bien, también muchas de nuestras palabras producen efectos, a veces no deseados. Sí, las palabras actúan.