5 de diciembre de 2025 Donar
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Discurso del Papa León XIV en la ceremonia de despedida de Líbano

Esta tarde, el Papa León XVI partió de Beirut, concluyendo así su primer viaje apostólico internacional a Turquía y Líbano. Ahora se encuentra de regreso a Roma, llevando consigo las oraciones y esperanzas de estos pueblos.

A continuación el discurso pronunciado por el Papa León XIV:

Señor Presidente,
señores Presidentes del Consejo de Ministros y del Parlamento,
Beatitudes y hermanos en el episcopado,
autoridades civiles y religiosas,
hermanas y hermanos todos:

Partir es más difícil que llegar. Hemos estado juntos, y en Líbano estar juntos es contagioso; encontré aquí a un pueblo al que no le gusta el aislamiento, sino el encuentro. Por eso, si llegar significaba involucrarse con delicadeza en su cultura, dejar esta tierra implica llevarlos en el corazón. Por lo tanto, no nos separamos, sino que, habiéndonos encontrado, seguiremos adelante juntos. Y esperamos que todo Medio Oriente se comprometa con este espíritu de fraternidad y de esfuerzo por la paz, incluso quien hoy se considera enemigo.

Agradezco, pues, los días transcurridos con ustedes y me alegro de haber podido realizar el deseo de mi amado predecesor, el Papa Francisco, que tanto hubiera querido estar aquí. Él, en realidad, está con nosotros, camina con nosotros junto a otros testigos del Evangelio que nos esperan en el abrazo eterno de Dios; somos herederos de aquello que han creído; de la fe, la esperanza y el amor que los han animado. 

He visto con cuánta veneración su pueblo honra a la Bienaventurada Virgen María, tan querida tanto para los cristianos como para los musulmanes. He rezado ante la tumba de san Chárbel, percibiendo las profundas raíces espirituales de este país. ¡Cuánta savia de su historia puede sostener el difícil camino hacia el futuro! Me ha conmovido la breve visita al puerto de Beirut, donde la explosión ha devastado no sólo un lugar, sino tantas vidas. He rezado por todas las víctimas y llevo conmigo el dolor y la sed de verdad y de justicia de tantas familias, de todo un país.

Durante estos pocos días, he visto muchos rostros y he estrechado muchas manos, recibiendo de este contacto físico e interior una fuerza de esperanza. Ustedes son fuertes como los cedros, los árboles de sus hermosas montañas, y están llenos de frutos, como los olivos que crecen en la llanura, en el sur y cerca del mar. A propósito, saludo a todas las regiones del Líbano que no he podido visitar: Trípoli y el norte, la Becá y el sur del país, que viven de modo particular una situación de conflicto y de incertidumbre. A todos extiendo mi abrazo y mi deseo de paz. Y también reitero un llamamiento urgente: que cesen los ataques y las hostilidades. Que ya nadie crea que la lucha armada conlleva algún beneficio. Las armas matan; la negociación, la mediación y el diálogo edifican. ¡Elijamos todos la paz como camino, no sólo como meta! 

Recordemos lo que les dijo san Juan Pablo II: el Líbano, más que un país, es un mensaje. Aprendamos a trabajar juntos y a esperar juntos, para que así sea. Que Dios bendiga a los libaneses, a todos ustedes, al Medio Oriente y a toda la humanidad. ¡Gracias y hasta pronto! [en árabe].

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