El Papa León XIV continuó con el ciclo de catequesis sobre la relación entre la Resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual. Lea aquí el texto completo de sus reflexiones durante la Audiencia General de este miércoles.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Estamos reflexionando, en este Año jubilar dedicado a la esperanza, sobre la relación entre la Resurrección de Cristo y los desafíos del mundo actual, es decir nuestros desafíos. A veces, Jesús, el Viviente, también nos quiere preguntar: «¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?». Los desafíos, de hecho, no se pueden afrontar solos y las lágrimas son un don de vida cuando purifican nuestros ojos y liberan nuestra mirada.
El evangelista Juan nos llama la atención sobre un detalle que no encontramos en los otros Evangelios: llorando cerca de la tumba vacía, la Magdalena no reconoció enseguida a Jesús resucitado, sino que pensó que era el custodio del jardín. De hecho, ya narrando la sepultura de Jesús, al anochecer del viernes santo, el texto era muy preciso: «En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús» (Jn 19, 41-42).
Termina así, en la paz del sábado y en la belleza de un jardín, la dramática lucha entre tinieblas y luz desatada con la traición, el arresto, el abandono, la condena, la humillación y el asesinato del Hijo que «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Cultivar y custodiar el jardín es la tarea originaria (cfr Gen 2,15) que Jesús llevó a su término. Su última palabra en la cruz – «está cumplido» (Jn 19,30) – invita a cada uno a reencontrar la misma tarea, su tarea. Por esto, «inclinando la cabeza, entregó el espíritu» (v. 30).
Queridos hermanos y hermanas, ¡María Magdalena, entonces, no se equivocó del todo, creyendo que encontraba al cuidador de la huerta! De hecho, debía volver a escuchar el propio nombre y comprender la propia tarea del Hombre nuevo, la que en otro texto de Juan dice: «hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5).