El Museo del Louvre en París se convirtió en el escenario de un atraco meticulosamente planificado a plena luz del día la mañana del domingo 19 de octubre. Cuatro hombres con casco irrumpieron en la Galerie d’Apollon —hogar de las Joyas de la Corona de Francia— y robaron ocho piezas de joyería descritas por el ministro del Interior, Laurent Nuñez, como de “valor patrimonial incalculable”.
Entre los objetos sustraídos se encontraba el broche “relicario” de la emperatriz Eugenia, que recordaba al mundo la ferviente fe católica de la esposa de Napoleón III, hoy más conocida como pionera del lujo moderno.
Los ladrones, que llegaron en un camión al Quai François Mitterrand —la avenida ribereña que discurre junto al Sena justo debajo de la fachada principal del Louvre, en el centro de París—, utilizaron una plataforma elevadora para alcanzar una ventana del primer piso, irrumpieron en la galería y escaparon en scooters en cuestión de minutos. Una joya —la corona de la emperatriz Eugenia— fue posteriormente hallada rota cerca del museo, mientras los ladrones siguen prófugos.
Fabricado en 1855 por el joyero de la corte Paul Alfred Bapst, el broche combinaba el esplendor imperial con un simbolismo íntimo.
Expertos del Louvre señalaron que el término “relicario”, asociado al broche desde la venta de los Diamantes de la Corona en 1887 y grabado en su pasador de sujeción, ha intrigado desde hace tiempo a los historiadores. La joya no contiene ninguna cámara visible para albergar una reliquia.
Sin embargo, debido a que puede desmontarse, los conservadores sugieren que quizá fue diseñado para permitir la inserción de un elemento intermedio que posteriormente pudiera contener una reliquia. En la parte posterior de su estuche hay un pequeño compartimento que podría haber servido para este fin, un detalle coherente con la reconocida devoción personal de la emperatriz Eugenia.