Este 15 de septiembre, el Papa León XIV celebra en la Basílica de San Pedro la vigilia de oración por el Jubileo de la Consolación, evento que coincide con la fiesta de la Virgen de los Dolores.
A continuación, la homilía pronunciada por el Pontífice:
«Consuelen, consuelen a mi pueblo» (Is 40,1). Esta es la invitación del profeta Isaías, que hoy nos alcanza de modo apremiante también a nosotros: nos llama a compartir la consolación de Dios con tantos hermanos y hermanas que viven situaciones de debilidad, de tristeza, de dolor. Para quienes están en el llanto, en la desesperación, en la enfermedad y en el luto, resuena claro y fuerte el anuncio profético de la voluntad del Señor de poner fin al sufrimiento y transformarlo en alegría.
Esta Palabra compasiva, hecha carne en Cristo, es el buen samaritano del que nos habló el Evangelio. Él es quien cura nuestras heridas, Él es quien cuida de nosotros. En los momentos de oscuridad, aun contra toda evidencia, Dios no nos deja solos; al contrario, precisamente en esas circunstancias estamos llamados más que nunca a esperar en su cercanía de Salvador que nunca abandona.
Buscamos a quien nos consuele y a menudo no lo encontramos. A veces incluso nos resulta insoportable la voz de quienes, con sinceridad, intentan compartir nuestro dolor. Es verdad. Hay situaciones en las que las palabras no sirven y se vuelven casi superfluas. Quizás en esos momentos sólo quedan las lágrimas del llanto, si es que todavía no se han agotado. El Papa Francisco recordaba las lágrimas de María Magdalena, desorientada y sola, junto al sepulcro vacío de Jesús. «Simplemente llora ―decía―. Miren, a veces en nuestra vida los anteojos para ver a Jesús son las lágrimas. Hay un momento en nuestra vida en que sólo las lágrimas nos preparan para ver a Jesús. Y ¿cuál es el mensaje de esta mujer? “He visto al Señor”»[1] .
Queridas hermanas y hermanos, las lágrimas son un lenguaje que expresa sentimientos profundos del corazón herido. Las lágrimas son un grito mudo que implora compasión y consuelo. Pero aun antes son liberación y purificación de los ojos, del sentir, del pensar. No hay que avergonzarse de llorar; es una manera de expresar nuestra tristeza y la necesidad de un mundo nuevo; es un lenguaje que habla de nuestra humanidad débil y puesta a prueba, pero llamada a la alegría.