Continuó: “este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos « genios » de la santidad… Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este « alto grado » de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia”.
El Opus Dei es una de esas formas de asistencia y apoyo, ahora con 94.000 miembros, compuestos por un 60% de mujeres y un 74% de casados, y poco más de 2.100 sacerdotes seculares.
Se especializa en la “formación en la santidad” para quienes están en medio del mundo, haciendo práctica la llamada a la santidad a través de lo que San Josemaría llamó un “plan de vida”, una serie de prácticas diarias para mantener la presencia de Dios a lo largo del día. Forma a los miembros en cómo santificar el trabajo ordinario que constituye la mayor parte de su vida —ya sea trabajo intelectual o físico, en la oficina o en casa— aprendiendo a hacer, como bromeaba San Josemaría, “endecasílabos de la prosa de cada día”.
A nivel práctico, eso significa aprender a ofrecer el propio trabajo como el sacrificio agradable de Abel, hacerlo por amor a Dios y por quienes se beneficiarán de él. A través de ese trabajo, uno puede al mismo tiempo crecer en santidad mediante las virtudes adquiridas en el trabajo bien hecho, así como servir de instrumento de santificación —sal, luz y levadura— para quienes trabajan con uno, a través de la amistad y el buen ejemplo.
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Conocí el Opus Dei por primera vez como estudiante de primer año en la universidad. La ahora famosa idea de San Josemaría, “Estas crisis mundiales son crisis de santos”, me cautivó y me ayudó a convertir mis ambiciones humanas en ambiciones santas.
Una vez que comprendí que mi vocación fundamental en la vida era llegar a ser santo, me resultó más fácil discernir definitivamente y seguir mi vocación no sólo de ser sacerdote, sino de esforzarme por ser un sacerdote santo. Comencé a vivir según un plan de vida y eventualmente escribiría un libro sobre ello.
Si bien es algo sencillo para un sacerdote santificar su predicación y la celebración de los sacramentos, la espiritualidad de la santificación del trabajo ordinario enseñada por el Opus Dei realmente me ha ayudado a integrar todas las demás tareas del trabajo ordinario de un sacerdote diocesano —montones de papeleo, arreglar inodoros rotos, supervisar al personal, tratar pacientemente con feligreses ocasionalmente exigentes— en una unidad de vida en busca de la santidad.
San Josemaría me enseñó que, cualquiera que sea la crisis o el problema que enfrentara, grande o pequeño, el remedio más importante era y es Dios, y que nuestra tarea fundamental es, como los santos, cooperar con Él.
La celebración del 50 aniversario de la culminación de la búsqueda de santidad de toda la vida de San Josemaría es una oportunidad para que todos en la Iglesia agradezcan a Dios por las gracias que le concedió. Estas han ayudado a la Iglesia, a través del Concilio Vaticano II, a comprender mucho mejor el sentido de la vida cristiana, así como la misión de la Iglesia como una escuela técnica vocacional, formando personas para la santidad y el cielo.
Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en el National Catholic Register.