COMENTARIO: Pienso en su humor, su humildad y su profunda e inquebrantable atención a quienes tenía delante. Más que nada, hacía que la gente se sintiera vista, amada y que estaban en sus oraciones.
He asistido a Misas con el Papa Francisco en diez países de cuatro continentes durante la última década. Como periodista del Vaticano, cubrir su papado me ha llevado desde el corazón de Roma hasta los confines más remotos del mundo.
Desde Washington D.C. hasta Papúa Nueva Guinea, he documentado sus discursos, sus reformas, sus encuentros con líderes mundiales y sus conferencias de prensa en el avión papal. Pero mis recuerdos más imborrables de Francisco no son los eventos oficiales ni las alocuciones públicas, sino los encuentros personales, los breves intercambios y el humor inesperado que revelaron al hombre tras el papado.
A diferencia de Juan Pablo II y Benedicto XVI —a quienes siento que conozco por la profunda conmoción que me han causado sus escritos—, el Papa Francisco es el único papa que he conocido personalmente. Es el Papa con quien he compartido recuerdos.
Algunos momentos fueron profundamente personales. Después de mi boda, mi esposo y yo nos unimos a la larga fila de recién casados en la Plaza de San Pedro, deseosos de estrecharle la mano al Papa y recibir su bendición para nuestro matrimonio.